martes, 4 de marzo de 2014

Leyendas de Córdoba

LEYENDAS DE CÓRDOBA.
Fuentes utilizadas:
-Paseos por Córdoba, de Teodomiro Ramírez de Arellano
-Cordobapedia
-Historias y leyendas de Córdoba, de Marcial Hernández Sánchez
-Leyendas cordobesas, de Fernando de Montis

Relación de leyendas:

1.- El corregidor de la casaca blanca o La casa encantada
2.- La Fuensanta
3.- La calle Mancera
4.- El Caimán de la Fuensanta
5.- La Ley de las Holgazanas
6.- El avaro judío
7.- El Cristo de la Misericordia
8.- El cura de la Magdalena
9.- El niño mártir
10.- El túnel entre Medina Azahara y la Mezquita
11.- La estrella de los deseos
12.- Juan Palomo
13.- La calle Abrazamozas
14.- Las campanas del hospicio
15.- Las momias de San Cayetano
16.- Leyenda de la calle de la Pierna
17.- La ternera descabezada
18.- El buey que reventó
19.- El horno de la Puerta de Baeza
20.- Los Comendadores de Córdoba
21.- Una recogida camino hacia Montoro
22.- El origen de la Virgen de las Angustias
23.- El Convento de Santa Isabel de los Ángeles
24.- El milagro del panecillo bendito
25.- La piedra del Cid
26.- El cautivo
27.- La casa del duende
28.- El Campo de la Verdad
29.- La Cruz del Rastro
30.- La posada del Potro
31.- San Rafael, Custodio de Córdoba
32.- Los siete infantes de Lara
33.- Los hermanos Bañuelos
34.- La Cruz de Juárez
35.- El crimen de la procesión del Corpus
36.- El médico Pero Mato
37.- La torre Malmuerta
38.- El Cristo de los Faroles
39.- Los almendros de Medina Azahara


1.- Leyenda del corregidor de la casaca blanca o de la Casa Encantada. Barrios de San Andrés y San Pablo.
Don Carlos Ucel y Guimbarda había perdido a su bella y adorada esposa cuando más feliz se juzgaba con tan buena compañera. El cielo quiso, para consolar la amargura que aquella pérdida le causara, dejarle una hija, blanca y hermosa como su nombre, y tímida y sencilla como el espíritu de un ángel. Jamás salía de casa, sino acompañada de una dueña, en sus primeros años, y después de su padre, que en ella cifraba toda su ventura y sus esperanzas. Contaba unos 17 años cuando en uno, al llegar la velada entonces, hoy feria de la Fuensanta, la llevó a beber aquellas puras y apetecidas aguas y orar por su madre ante la venerada imagen, amor de todos los cordobeses.
               
En la esquina del convento de San Rafael, conocido generalmente por Madre de Dios, se les interpuso una harapienta gitana de horrible aspecto y penetrante mirada, pretendiendo decir a Blanca la ventura que le esperaba. La tímida joven demostró al punto su repugnancia, y don Carlos, que temió un ligero disgusto en su hija, ordenó a la gitana se apartase, dejando de incomodarla por más tiempo. Ella insistió, y al fin fue preciso, mal su grado, retirarla, dejándola a un lado del camino, profiriendo mil palabras, entre las que se percibieron claramente: "Ellos pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará verter". Nadie hizo caso de sus palabras, que consideraron desahogo de su mala educación, volviéndose tranquilos a su casa, como si nada hubiesen oído.
               
Dos o tres años habrían transcurrido cuando, a la altas horas de la noche, oyeron llamar a la puerta; asomáronse y eran unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que no les querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían o una orden para ello o que se les dejase pasar hasta el día, aun cuando fuera en el portal de su casa. Consintió Guimbarda en esto último, y la dueña que había recibido el recado ponderó a doña Blanca lo extraño de las figuras de los nuevos huéspedes, hasta el punto que la curiosidad les hizo ir a examinarlos por el agujero de la llave del portón. Mas cuál sería su sorpresa al ver que leían en un libro a la luz de una vela amarilla, y que pasaban muy deprisa las cuentas de una especie de rosario que uno de ellos llevaba pendiente de la cintura.
               
A poco sonó un ruido extraño y la tierra se separó dejando una abertura que daba paso a una hermosa escalera de mármol. Por ella bajó uno, volviendo a poco acompañado de un joven que apenas frisaba en los tres lustros, de hermoso y gallardo aspecto, y un cofre, al parecer lleno de alhajas de gran valor. Aquel desgraciado, enterrado en vida, les rogó repetidas veces para que lo llevasen consigo, siendo inútiles sus quejas y súplicas, pues después de algunas prevenciones que le hicieron lo obligaron a bajar por la ancha escalera. Apagaron la vela, y con la luz desapareció también el hoyo formado en el portal, como si nada hubiese sucedido.
               
Llegó la mañana siguiente y los hebreos se despidieron del corregidor, dándole muchas gracias por la generosidad con que los había hospedado; mas ¡cuánta desgracia se atrajo con ella! Tanto la dueña como la hermosa Blanca ardían en viva curiosidad por saber el misterioso arcano del joven prisionero con tantas y codiciadas riquezas. Examinaron el portal y nada advertían en su pavimento, hasta que la dueña vio esparcidas por él muchas gotas de cera desprendidas de la vela encendida por los hebreos. Juntolas cuidadosamente e hizo un cerillo, con el que creían que se abriría la tierra.
                                (Figura que representaría a Blanca en el palacio de los Villalones)

Esperaron la noche, y cuando todos estaban recogidos, bajaron al portal y encendieron la luz, logrando por este medio que apareciese de nuevo la escalera, por la cual bajó Blanca, recorriendo algunas galerías sin hallar el menor rastro. Cuando vio la dueña que el pabilo se acababa, echaron a correr; pero al salir se le concluyó, quedando dentro la desgraciada joven que venía tras ella. La pobre vieja empezó a gritar; a sus voces acudió el corregidor y todos los criados, quienes se confundían más con sus revelaciones. Luego llamaron a Blanca, que respondía con acento de dolor desde el centro de la tierra. El corregidor hizo mil excavaciones, todas inútiles, llorando en su desesperación la pérdida de tan querida hija.
               
Varios años pasaron. Don Carlos Ucel y Guimbarda murió solo y desesperado. Desde entonces se dice que una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, atribuyéndolo al alma de doña Blanca, que aún vaga por aquellos contornos.
2.- Tradición de la Fuensanta. Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta.

               
En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio de San Lorenzo, junto a la puentezuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo García, a quien su escaso jornal no bastaba para sostener a su esposa e hija, la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con tan triste situación, y no sabiendo qué determinación tomar, saliose un día por la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o las Piedras, que es el de la Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las Moras, a causa de las muchas de estas frutas silvestres nacidas en aquellos paredones.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de otra, y un gallardo mancebo. La primera le dirigió estas o parecidas cariñosas palabras: "Gonzalo, toma un vaso de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu mujer e hija y tendrán salud". Suspenso quedó aquel desgraciado, si bien dominándolo la idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmó el gallardo joven diciéndole: "Haz lo que te manda la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima".
Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de entre las descubiertas raíces de un cabrahígo que, demostrando su antigüedad, cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi simultáneamente iba a arrojarse a los pies de su celestial bienhechora cuando ésta ya había desaparecido con los santos mártires.
Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió Gonzalo a una alfarería, cercana a la hoy demolida Puerta de Baeza, compró el jarro y lleno de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y pidiendo con gran fe que con ella viviesen su mujer e hija, logró verlas libres completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos. Como no podía menos de suceder, la noticia circuló por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron más y más la virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto al fin por otra nueva revelación.
El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de barro vidriado, como color amarillo, se conservó muchos años como una preciosa reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Juana de Luque, vecina de la calle del Aceituno, de 67 años de edad, y viuda de Nicolás Muñoz de Toro, descendiente del Gonzalo.

Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la santa fuente, y con ellas logró la salud apetecida.
                Lleno de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de septiembre, oyó cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de aquel cabrahígo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el transcurso de tantos años.
El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al obispo de Córdoba, don Sancho de Rojas y, contándole lo ocurrido, éste hizo cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.
Divulgose la noticia con la velocidad del rayo, acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero, autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen al Sagrario antiguo de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la depositaron, hasta que se edificó en el sitio del cabrahígo el primer Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta y el humilladero o Pocito, costeado por el obispo don Sancho de Rojas.
3.- Leyenda de la calle Mancera. Barrio de la Magdalena.
Hay una calle sin salida, que tiene por nombre Mancera, apodo de un operario del campo. Según una tablilla colocada en 1559, entre los milagros u ofrendas colgados en el pórtico del Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, aquel trabajador se puso a arar sus tierras en el día de aquella imagen, acción criticada por un compañero, a quien contestó que nada tenía él que ver con eso para no cuidar de sus intereses; palabras castigadas providencialmente, pues se le quedó la mano pegada a la mancera (pieza corva y trasera del arado, sobre la cual lleva la mano el que ara), sin poderse desasir de ella por más esfuerzos que empleaba. Con esto conoció su falta y, corriendo al santuario, se arrodilló ante la Virgen, rogándole tuviese compasión de él, que no sabía lo que había dicho. Así logró verse libre de la mancera, que dejó allí en memoria del suceso, y con su mano señalada en la madera. Esto se cundió y la gente se fijaba en él, poniéndole el apodo de Mancera, que luego pasó a ser nombre de su calle.

4.- El caimán de la Fuensanta. Barrio de la Fuensanta.
Situado en un muro del Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, el origen de este caimán es incierto debido a la diversidad de leyendas existentes al respecto, aunque Ramírez de Arellano declara que el caimán fue traído de América junto a una costilla de una ballena, la concha o carapacho de una tortuga, una sierra del pez de este nombre y otras cuantas cosas remitidas como recuerdo por viajeros cordobeses.
Una de las leyendas más extendidas cuenta que en una ocasión hubo una crecida en el río Guadalquivir y la abundancia de agua trajo un temible caimán que llegó a sembrar el pánico entre la población cordobesa y entre las cercanas huertas. El animal acechaba a sus desprevenidas víctimas, las destrozaba y luego desaparecía en los cañaverales cercanos. Cuando sentía hambre volvía a actuar y de esta forma tenía sobrecogida e impotente a la población hasta que un cojo decidió acabar con el problema.
Se cuenta que, después de estudiar el comportamiento del caimán, lo acechó y lo esperó en un árbol con su muleta y un pan abogado. El pan despertó la glotonería del animal, que inmediatamente abrió la boca para engullirlo, momento que aprovechó nuestro héroe para apearse del árbol y clavar el filo de su muleta en la garganta del animal, que disecó y colocó como exvoto. Otra forma de la leyenda habla de que el héroe no fue el cojo sino un condenado a muerte a quien se le ofreció el indulto si acababa con el terrible animal que tenía en jaque a la población.
Desde entonces, durante la celebración de la Velá de la Fuensanta, es costumbre acudir al templo y ver el cuerpo disecado del caimán.
5.- Ley de las Holgazanas. Barrio de Santa Marina.
Vivía en el barrio de Santa Marina un hombre muy pobre. Con mucho esfuerzo y ayuda de su mujer, lograron reunir un capital considerable a lo largo de los años; capital que, de morir él, pasaría a sus hijos. Viendo cuán injusta era la situación, pues había sido su mujer y no los hijos quienes ayudaron a ganarlo, resolvió ir a la capital y pedir favor ante el rey. Aunque no era un hombre de leyes, supo explicar el caso tan bien al rey que éste, conmovido por el gesto de aquel hombre justo, decidió revocar la ley de las holgazanas, siendo así que a partir de entonces todas las mujeres cordobesas pudieron heredar de sus maridos.

6.- El avaro judío

Un hombre, pobremente vestido, está sentado delante de una mesa. La habitación está casi vacía, salvo por la silla donde se sienta, un tablón desgastado que le sirve de mesa y una vieja arqueta en el suelo. Frente a él, en la mesa, amontona monedas de oro y joyas a medida que los cuenta.
Llaman a la puerta. Se apresura a guardarlo todo en la arqueta antes de salir. Allí hay una mujer, que angustiada, comienza a contarle su historia. Es pobre, apenas le queda nada y no tiene qué comer. Necesita dinero. El avaro la mira en silencio, sin responder. No le impresiona la historia. La ha oído cientos de veces y la respuesta es siempre la misma.
-¿Qué puede ofrecerme a cambio?
-Nada tengo, señor, salvo mi casa
-Eso valdrá -responde, haciéndole saber los términos del acuerdo.
La mujer, al oír el alto interés que tendrá que pagar, comienza a llorar y suplica no sea tan severo. Él responde que nada puede hacer: es un negocio y lo demás, no le importa. Después guarda silencio. La mujer, finalmente, se ve vencida, y asiente con la cabeza. Él redacta el papel; ella lo firma, hecho lo cual, se dirige con gesto cansado al interior de la casa: se escucha el abrir y cerrar de puertas y al cabo de unos minutos, vuelve el avaro con el dinero prometido. Ella lo toma, le entrega el papel y se marcha.
El viejo, al verla salir, retoma su trabajo. Saca el dinero y lo cuenta. Una vez terminado, lo anota en un pequeño libro que guarda en el arcón, del que saca una bolsa donde introduce el dinero. Lo toma y marcha a guardarlo. Mientras baja las escaleras del inmenso sótano donde guarda su riqueza, piensa en lo cansado que está, y murmura que, pese a todo, debe seguir con el negocio, aún no es bastante su riqueza.
Al subir, encuentra a su hija. Una mujer joven, casi una niña. Se dirige a la cocina, a preparar la cena. El viejo, de nuevo en la habitación, apaga la vela, para ahorrar, y se sienta. Apenas han pasado unos momentos cuando su hija lo llama. Hay un caballero en la puerta que pregunta por ti, le dice. “Muy bien, ahora lo atiendo”. Ella asiente y se marcha. Sale al zaguán donde un hombre joven lo espera. Al verlo, desaparece la sonrisa de su rostro, dando a entender el profundo desagrado que el viejo le provoca.
-Tenga buena noche, señor
-Aquí tienes tu dinero. Cuéntalo si quieres -dice, a modo de respuesta.
-Eso no es necesario, señor. Espero que su merced haya recordado el interés que fijamos y lo haya incluido.
-Por supuesto. Di mi palabra, y ahora cumplo.
-Entrégame el papel que te firmé y acabemos con esto -dice agriamente.
El viejo, sin responder, le tiende el papel. El caballero lo toma con gesto violento, da media vuelta y sin despedirse, sale de la casa.
El viejo lo observa mientras se marcha. Y después, con una sonrisa, se vuelve hacia el saco que el caballero ha dejado en el suelo. Intenta cogerlo, pero es demasiado pesado. Por varias veces lo intenta, sin éxito. Finalmente, decide llamar a su hija.
Ella, siempre solícita, escucha atentamente a su padre. Nunca ha bajado al sótano, y trata de memorizar las instrucciones. Finalmente, toma la vela y se dirige a la entrada. Levanta la tapa y se adentra por el hueco de las escaleras. Al llegar a bajo, repite las instrucciones: a la derecha, después a la izquierda... Así, recorre varios pasillos. De pronto, se estremece y mira alrededor asustada. Una corriente de aire apaga la vela y queda a oscuras en medio del laberinto. Duda entre seguir o regresar y, a tientas, busca el camino de vuelta, pero la oscuridad y el miedo la traicionan y no encuentra el camino. Finalmente, comienza a llamar a su padre. Pero la respuesta que obtiene es el eco de su propia voz. Espera, pero nada ocurre. Se desespera y empieza a gritar y gritar....
El viejo mira intranquilo el hueco del sótano. “Debía haber regresado ya”, piensa... y es entonces cuando escucha la voz que lo llama... Toma una vela y baja con rapidez. Se mueve con agilidad por los pasillos, pero cada vez que se acerca a la voz, esta suena en otra parte o se vuelve lejana... Así las horas pasan y el viejo, cada vez más desesperado, busca sin cesar. Finalmente, decide pedir ayuda. El sitio es demasiado grande y por eso no la encuentra, dice intentando tranquilizarse.
Una vez en la calle, comienza a gritar a sus vecinos “¡Ayuda!”. Estos, somnolientos, se asoman a la ventana para ver qué ocurre. Al verlo ponen cara de desagrado, la mayoría vuelve adentro, pero algunos, deciden bajar. El viejo, intentando parecer sereno, les cuenta:
-Mi hija bajó anoche al sótano y no regresó. La he buscado toda la noche, pero no consigo encontrarla; es demasiado grande para una sola persona. Si tuvierais a bien ayudarme...
Los vecinos se miran extrañados. Cómo puede una persona perderse en un sótano -se preguntan. El viejo les responde:
-En realidad, es una red de pequeñas galerías, casi un laberinto. Tiene tantas galerías y pasillos que es fácil desorientarse y perderse dentro: es por esto que yo solo no puedo. Les ruego....
Suenan de nuevo murmullos, pero una voz se levanta sobre el resto y dice: "Vamos"
Al oírlo, todo el mundo calla y lo sigue hacia la casa del anciano. Allí, toman cuantas velas y candiles pueden y bajan al sótano, donde comienzan a buscar. Comienzan llamando a la muchacha, pero al oír la débil voz, callan y escuchan. Se mueven de un lado a otro, incansables. Las horas pasan y el viejo está cada vez más alterado. Finalmente, los oye que suben todos, y suspira aliviado. Pronto, su cara se torna en mueca a ver que vuelven sin la niña.
-Es imposible, señor. La vez se acerca y se aleja de nosotros. Quizá haya salido ya, y lo que hemos oído sea el eco.
 -Pero eso no es posible. Yo estuve aquí todo el rato, y nadie entró ni salió, salvo sus mercedes...
Sin más respuesta que un encogerse de hombros y un “lo siento”, el grupo sale de la casa.
Allí queda el viejo solo.
El viejo, como cada noche, se sienta en su sillón. Pero ya no cuenta el dinero. Sólo escucha, aterrorizado, angustiado, la voz que día tras día, al caer la noche, comienza a sonar, llamándolo a gritos.
7.- El Cristo de la Misericordia. Barrio de Santa Marina.
                Ramírez de Arellano, en Paseos por Córdoba, nos cuenta cómo cerca de la iglesia de Santa Marina (entre la calle Muro de la Misericordia y Moriscos) estuvo el hospital del Cristo de la Misericordia. Su titular era un Crucificado quien, según la leyenda, se llamó de la Misericordia por el milagro que realizó cuando, un hombre del barrio quedó ciego. Nada de lo que le dieron le devolvía la vista. Su desesperación iba en aumento hasta que un día entró, y puesto frente al Cristo, le dio un terrible golpe con su bastón y le gritó: "¿Para qué me sirves, si no puedes devolverme la vista?" En ese momento, sus ojos vieron la luz y la voz corrió por la ciudad, llamando al Cristo de la Misericordia por la que había mostrado ante quien tan mal le tratara.
8.- El cura de la Magdalena. Barrio de la Magdalena.
Allá en tiempos antiguos, había en la parroquia de la Magdalena un cura excesivamente obeso y muy aficionado a recoger cuanto podía de sus feligreses. Sucedió que una noche de lluvia se retiraba a su iglesia, y a corta distancia del postigo de la sacristía, vio un hermoso burro blanco, solo y como abandonado. Pareciéndole al buen señor que en él podía pasar el barro de la plaza y aun alojar aquel huésped en su casa, lo arrimó a la gradilla y como pudo cabalgó en é1, emprendiendo su marcha tan tranquilo, con su linterna en la mano, a favor de cuya luz vio el interior de las monjas de Santa Inés. Entonces, asombrado, reparó encontrarse a aquella altura por haber crecido de pronto y en tanta longitud las piernas de su cabalgadura. Asustado y comprendiendo ser castigo del cielo por su desmedida ambición, y que el diablo sería el que se le presentó en forma de burro, invocó el nombre de Jesús, y aquel desapareció, cayendo el pobre cura de la elevación en que se hallaba, quedando ileso por el mucho barro; mas en él dejó su estampa tan marcada, que a la mañana siguiente los vecinos se paraban a ver lo que ellos decían “el retruco del Sr. Rector”. Este se mostró tan escarmentado que el resto de su vida lo empleó en hacer muchos y recomendables actos de misericordia.
9.- El niño mártir. Puente Genil.               
Esta historia real ocurrió en Puente Genil en el siglo XVIII. Al pequeño niño mártir lo podemos encontrar en la Iglesia de la Purificación y en los documentos históricos del pueblo. Alonso, después de su muerte, empezó a conocerse como “el niño mártir” de Puente Genil. Sus padres eran Diego y Ana, y nació el 27 de marzo de 1728.
El 27 de diciembre de 1731, no llegó a su casa. Todo el pueblo empezó a buscarlo, y algunos ciudadanos comentaban que habían visto a un hombre con una capa de paño y con un niño de la edad de Alonso encaminarse hacia la fuente de Vado-Castro.
Después de varios días de búsqueda y sin ninguna novedad, el 3 de enero de 1732, unos ganaderos, encontraron el cuerpo de Alonso, muerto desde hace varios días. Una vez recogieron el cuerpo sin vida, pudieron apreciar que no tenían signos de putrefacción (y eso que llevaba varios días muerto). También había en su rostro, en sus manos y en sus pies señales de haber sufrido quemaduras y todo ello indicaba que fue martirizado.
Montaron velatorio en la casa de su abuelo, Diego de los Ríos, y, sin empezar a dar señales de corrupción, sí se pudo ver como manaba de su cuerpo sangre. Todo esto llevó a las autoridades eclesiásticas y civiles a abrir un expediente para la averiguación de los hechos.
Como veían que algo sobrenatural había pasado con el menor, decidieron el 6 de enero llevarlo en procesión con todas las autoridades y casi toda la población hasta la iglesia.
El cadáver quedó en un arca con tres llaves, donde a día de hoy, aún se encuentra. Los marqueses de Priego ordenaron pasar información sobre este hecho, y con ella pedir a Su Santidad el Papa la canonización del niño.
10.- El túnel entre Medina Azahara y la Mezquita.
Desde siempre en Córdoba se ha hablado de la existencia de un túnel subterráneo que comunica la ciudad palatina de Medina Azahara con la Mezquita. Dicho túnel, según marca la leyenda, aún no ha sido descubierto, y por él accedía el califa directamente a caballo a la Mezquita para sus rezos diarios.
La existencia de este paso secreto es más que improbable, pero su difusión por el boca a boca ha hecho que muchos cordobeses lo cuenten como historia verídica a los visitantes de la ciudad.
11.- La estrella de los deseos. Mezquita Catedral

                                                  (Estrella de los deseos, Mezquita de Córdoba)
En la Mezquita Catedral existe una pequeña estrella, que algunos llaman la Estrella de los Deseos. Esta estrella se encuentra en una esquina de la Mezquita Catedral, junto a la calle Torrijos. Esta pequeña estrella es un fósil situado en la pared de la Mezquita. Desde hace mucho tiempo la gente que pasa por delante de ella, la toca y pide un deseo, intentando que la magia que la rodea, le dé un poco de suerte y, por qué no, se cumpla el deseo que quiere.

12.- Juan Palomo: mito y leyenda.  Fuente la Lancha.

                No todos los pueblos tienen el don inmenso y singular de llevar grabado en su memoria popular la imagen de un romántico y altruista bandolero: Juan Palomo, que, según cuenta la voz del pueblo tuvo su cuartel general dentro de Fuente la Lancha y -siempre según la leyenda- desde allí dirigía sus hazañas y escaramuzas con la justicia.
                Corría el siglo XIX y la entrada de Napoleón en España levantó a muchos patriotas que iniciaron una soberbia resistencia al descomunal y bárbaro ejército de Francia. En Andalucía, a diferencia de otras regiones de nuestro país, surgió la mítica figura del bandolero, héroe romántico y legendario, cautivador, que casi siempre tenía un origen familiar humilde y pobre, y gozaba de un carácter altruista y valeroso. 
                Juan Palomo, según narración popular, fue gran amigo de José María el Tempranillo. Tenía como base de operaciones y, a la vez, como estancia la “Casa Grande”: hermosísima casona ubicada en el corazón de Fuente la Lancha, a pocos metros de la parroquia de Santa Catalina. Esta casa, aunque en la actualidad se encuentra dividida y transformada, en otro tiempo gozó de una excepcional solera arquitectónica. Espesos muros y hondas estancias, arcos robustos, y una muy espaciosa cámara -llena de habitaciones- hacían de la Casa Grande un edificio hercúleo y atractivo.
                Son múltiples las leyendas que se cuentan en torno a la vieja y hermosa casona, ya desgraciadamente desparecida. Según los lugareños, La Casa Grande poseía hondas galerías, donde estaban las cuadras, que sirvieron a Juan Palomo para depositar las joyas y dinero robados a los franceses; por otra parte, las habitaciones que había en la cámara servían como cárceles a los ilustres personajes por los que Juan Palomo pedía sustanciosas recompensas. Otras muchas leyendas e historias, en torno a Juan Palomo y la Casa Grande, circulan de boca en boca por el lugar: una de ellas asegura que el pozo de la Casa Grande posee una inmensa galería que comunica con el río Guadamatilla -situado a escasos kilómetros del pueblo-, y, a través de ella, escapaba Juan Palomo cuando era sorprendido en su refugio.
13.- La calle Abrazamozas. (Calle Valdés Leal)

La actual calle de Valdés Leal se llamó Abrazamozas, porque así es como llamaban a los jóvenes que salían de noche buscando aventuras amorosas. Vivía en el barrio uno que, además de los requiebros, solía esconderse en la calleja y sorprender a las damas que paseaban solas, a fin de poder abrazarlas en la oscuridad.
Una noche en que regresaba a casa vio a una bella joven que bajaba por la calle Málaga hacia el barrio de San Juan. El joven decidió seguirla al tiempo que le dedicaba sus más ingeniosos requiebros. La joven pidió que la dejara tranquila, mas el joven continuó su camino, redoblando sus esfuerzos. Ella le rogó nuevamente que no insistiera más, pero el joven, envalentonado, le cortó el paso y prometió dejarla seguir su camino si la abrazaba primero. La joven le miró y cedió, no sin antes advertir al muchacho el peligro que con ello corría. Mas él no atendía a razones: así pues, ella abrió los brazos y él la abrazó; mas en lugar de encontrar un cuerpo esbelto, sintió la frialdad de unos huesos desnudos bajo la túnica. Trató de soltarlo, sin éxito, y horrorizado, cayó desmayado.
A la mañana siguiente, lo encontraron sus amigos durmiendo en la esquina de la calle y él contó lo sucedido. Estos, pensando que había sido un mal sueño por los efectos del vino, tuvieron diversión a su costa para un buen tiempo. Sueño o no, el joven lo tomó como una seria advertencia a su mal comportamiento y nunca más molestó a dama alguna en los oscuros callejones de la ciudad.

14. Las campanas del hospicio

Mucha es la fama que tuvo en Córdoba el Beato Francisco de Posadas, fundador del monasterio de Scala Caeli y preocupado siempre por los más desfavorecidos. La fama le llegó antes de muerto, siendo enterrado en secreto durante la noche ante el temor de que el populacho se desbordara y tratara de coger alguna reliquia.
Entre los muchos milagros que se le atribuyen, cuentan que una noche las campanas de un hospicio que él mismo había fundado comenzaron a repicar. Los monjes, alarmados, se levantaron por ver qué ocurría, mas nada encontraron fuera de lo normal. Volvieron pues a sus celdas y olvidaron el suceso. Pasado un tiempo, tuvieron noticia de que unos ladrones habían sido detenidos. Entre otros crímenes, confesaron haber entrado en la capilla del hospicio para robar, y haber tenido que huir, pues algún fraile dio la alarma haciendo sonar las campanas. Los frailes, conocido el suceso, se miraron extrañados, pues ninguno había subido aquella noche al campanario. No sabiendo encontrar otra explicación, se arrodillaron dando gracias al beato por el milagro que había hecho.
15.- Las momias de San Cayetano
Bajo el altar mayor del Convento de San Cayetano y en la Capilla de Gestus existen criptas donde enterraban a los frailes de esta congregación. Las condiciones de las criptas dieron lugar a la momificación de los restos allí inhumados.
Cuenta Ramírez de Arellano que los nichos tuvieron que ser sellados, ya que, entre otras profanaciones, algunas momias fueron empleadas para gastar una broma pesada al sacristán de la iglesia, quien al ir a acostarse encontró en su cama una de las momias. Cuando se levantó asustado, vio que habían colocado varias de ellas por toda la habitación.
16.- Leyenda de la calle de la Pierna
Cuentan que en la casa número 4 de la calle de la Pierna, actual calle Barroso, vivía una joven que no solamente pasaba el día en la ventana indagando la vida de sus vecinos, sino que muchas noches hacía lo mismo, acarreándose el odio de todos los que tal conducta sabían. Una noche, puesta en su sitio de costumbre, vio venir de hacia la parroquia dos filas de luces alumbrando un féretro que ocupaba el centro. Ya cerca, arrimose a la reja uno de los acompañantes y le rogó le guardase el cirio que llevaba en la mano para recogerlo al día siguiente, por no serle posible seguir a causa de encontrarse enfermo. Accedió aquella a la petición y después de tomar el cirio su curiosidad le hizo preguntar el nombre del que llevaban a enterrar, oyendo con asombro que el desconocido pronunció el de ella, cuya sorpresa le hizo dar un grito y caer desmayada. Cuando volvió en sí aún apretaba en la mano la canilla de un muerto en que la vela se le había convertido. Añaden que no sólo quedó curada de su mala costumbre, sino que se colocó la pierna en el sitio que aún vemos en memoria de este suceso.
Otros -y estos no alcanzaron tanto crédito- inventaron que en esta casa vivió una señora en extremo bella, pero tan orgullosa y de mal carácter que nadie podía sufrirla, llegando su desmedido amor propio a creerse la más hermosa del mundo y a despreciar a cuantos no la adulaban. A tal extremo llegó su presunción que teníase por superior a su padre, a quien maltrataba por su extremada pobreza.
Un día se acercó este a pedirle un socorro con que atender sus necesidades. Mas, en vez de obtenerlo, lo recibió ella con multitud de injurias, a las que el pobre anciano contestó dignamente, no creyendo que su hija cometiese la infame acción de arrojarlo a puntapiés de su casa. Pero así lo hizo, dando lugar a que la maldición paterna cayese sobre ella, hasta tal punto que la pierna con que lo había ofendido se le convirtió en piedra, muriendo entre los más agudos dolores, castigo con que la Providencia le hizo comprender lo mucho que lo había ultrajado.

17.- Leyenda de la ternera descabezada. Calle del Caño

A la calle del Caño se refiere una de las tradiciones más inverosímiles con que nos han asustado cuando niños. Se decía que todas las noches, cuando la gente estaba recogida, salía de aquel caño una ternerilla descabezada que recorría el barrio dando bramidos; tanto, que algunas personas habían muerto de susto al oírla. Nos contaban que una joven salió tan mala que dedicó su vida a las mayores deshonestidades, al par que tenía a su madre el trato más censurable, maltratándola de palabras y obras, hasta que ésta un día, desesperada, le dijo que ojalá hubiera parido una bestia cualquiera y no una hija tan infame, acompañando esto con tantas blasfemias y maldiciones que la Providencia, queriendo castigar a ambas, convirtió a la hija en ternera.
La madre en este apuro, sin saber qué hacerse, esperó a que aquella se durmiera y le cortó la cabeza, arrojándola después en aquel caño, de donde salía todas las noches a purgar lo mucho que había pecado durante su corta vida. Algunos añaden que llevaba una túnica blanca, lo que la hacía más imponente.
               
Tan ridícula patraña debió caer en gracia, cuando, aunque con diferente historia, eran varias las ternerillas descabezadas que había en Córdoba, puesto que tenemos noticias de tres, y creemos que a aquel paso no iba a quedar un agujero por donde no saliese alguna, y sin embargo de ser un absurdo tan grande, estaba tan arraigada esta creencia que no hace mucho tiempo nos contó un sereno de aquel distrito que al cantar la hora en la calle del Caño oyó un aullido que le asustó, acordándose de lo que le habían contado. Volviose atrás dos veces, pero a la tercera, avergonzado de su miedo, siguió adelante repitiendo la hora y oyendo el mismo aullido, hasta que cerca del caño encontró un perro, en quien su voz hacía tal efecto que enseguida aullaba, gracia que le costó la vida, porque el sereno, de coraje, lo atravesó con el chuzo

18.- Leyenda del buey que reventó. Mezquita Catedral

Al púlpito catedralicio del lado del Evangelio, en la Capilla Mayor de la Mezquita Catedral, y construido por el escultor francés Juan Miguel Verdiguier, le nació una curiosa leyenda popular, que terminó por alcanzar un arraigo indiscutible entre la población. Aún hoy es relatada como curiosidad por los doctos o contada como verdad histórica por personas desconocedoras de la realidad.
Dice la vetusta leyenda que la imagen del toro del púlpito representa a un hermoso buey blanco que vivió en tiempos de los musulmanes, cuando se estaba construyendo la mezquita, y que su poderosa fuerza hizo que lo obligaran a acarrear todas las columnas que se trajeron aquí para la obra. Fue tan enorme su esfuerzo, que al descargar la última columna cayó al suelo reventado, quedando muerto en el acto.
El legendario relato también alcanza a la imagen del águila del púlpito, que es considerada como un ave carroñera que desciende de las alturas para apoderarse de las entrañas del noble animal fallecido.

19.- Leyenda del Horno de la Puerta de Baeza. Calle Agustín Moreno.

Varios jóvenes con fama de pendencieros iban una noche por la calle del Sol cuando uno de ellos recordó que en un horno cercano vendían unas tortas cuyo nombre solo excitó el apetito de todos. Se encaminaban a aquel sitio, mas de pronto quedaron admirados al ver una dama de arrogante figura que, saliendo de la calle de los Tintes, se dirigía hacia el Panderete de las Brujas. Extraña era la hora y el sitio. Mas uno de ellos, el más atrevido, se ofreció a acompañarla, bien solo o con sus amigos, y aceptando la señora esta última proposición, siguieron con ella por una porción de calles hasta llegar a una casa que al momento abrió sus puertas, entrando todos a una habitación bien amueblada, si bien con el número de sillones igual al de jóvenes. Ya aquí, la misteriosa dama les dijo que iba a obsequiarlos, agradecida al favor dispensado, desapareciendo, dejándolos en la creencia de que en breve sería su vuelta.
               
Pasó una hora y después otra; la impaciencia empezó a surtir sus efectos, y juzgándose engañados pasaron a otras habitaciones, y en una de ellas, en que había luz, encontraron un catafalco y encima un cadáver. La sorpresa y el susto fue grande, y sin embargo, registraron toda la casa sin hallar a la señora ni otra persona alguna a quien preguntarle. Entonces salieron precipitadamente a la calle, completándose su asombro al encontrarse cerca del horno, o sea, en el mismo sitio en que empezó esta aventura, que consideraron un aviso del cielo para enmendar sus extravíos.

20.- Leyenda de los Comendadores de Córdoba. Barrio de Santa Marina.

La Leyenda de los Comendadores de Córdoba está basada en un hecho histórico ocurrido en 1448 en nuestra ciudad. El protagonista de la leyenda, Don Fernando Alfonso de Córdoba yace hoy sepultado en la Capilla de San Antonio Abad de la Mezquita Catedral de Córdoba, habiendo fallecido en Córdoba en 1478. Vivió en la Plaza de los Condes de Priego, frente a la iglesia de Santa Marina.
Fernando Alfonso de Córdoba era uno de los caballeros más relevantes de la ciudad. Destacaba por sus enormes posesiones y su inmensa fortuna. Además, gozaba de la amistad del rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica, lo cual le proporcionaba una sólida y respetable posición en la corte castellana. Estaba casado con Beatriz de Hinestrosa, dama muy joven y de extremada belleza. Amaba a su esposa con igual apasionamiento que el día de su boda, y ella ejercía tal predominio sobre él, que era capaz de trocar el carácter guerrero y agresivo de su esposo, a poco que se lo propusiera, por otro más dulce, agradable y cordial, convirtiéndole en un persuasivo y sagaz diplomático.
Beatriz era envidiada por todas las mujeres de Córdoba a causa de su extraordinaria hermosura y a causa del amor que le profesaba su marido, que era absoluto e inquebrantable. Pero, sobre todo, la ilustre señora era muy tenida en cuenta a causa de la vida lujosa y encumbrada que había alcanzado con su matrimonio. A pesar de aquella regalada existencia, la pareja tan dichosa compartía una frustración, y era la de no haber tenido hijos. Fernando Alfonso, desengañado de brujos y doctores, pensó que tenía que confiar más en su amor y en la naturaleza y, convencido de que estas causas naturales se incrementarían en su palacio y en sus fincas de Córdoba, se resolvió a marcharse de la corte y volver a su ciudad para no separarse de su esposa, y vivir su unión matrimonial alejado de las perturbaciones políticas y cortesanas. El monarca castellano, que lo tenía en gran estima, no quiso dejarlo marchar sin entregarle un regalo que le sirviera como recuerdo de aquellos tiempos pasados junto a su rey. Se trataba de un valiosísimo anillo, primorosamente trabajado, que se distinguía por ser una verdadera obra de arte. El profundo amor que el caballero cordobés dispensaba a su esposa se puso de manifiesto en esa ocasión, ya que le entregó a ella el anillo que le había regalado el rey.
No llevaban mucho tiempo en Córdoba cuando un día recibieron la visita de sus primos, los comendadores Fernando Alfonso de Córdoba y Solier y Jorge de Córdoba y Solier, ambos hermanos del obispo de Córdoba, Pedro de Córdoba y Solier. Ambos visitantes eran caballeros de la orden de Calatrava y cada uno de ellos era comendador en una localidad, siendo Fernando Alfonso comendador del Moral y Jorge comendador de Cabeza del Buey.
Los dos jóvenes comendadores de Calatrava eran tan apuestos y gallardos como atractivos y cortesanos. Eran hermanos gemelos y había tanta semejanza entre ellos que incluso su mismo padre se veía en la imposibilidad de distinguirlos. Beatriz se apresuró a festejarlos y a dedicarles todas las atenciones que le fuera posible, pues no deseaba regatear ningún agasajo a aquellos destacadísimos familiares de su esposo. Así pues, las fiestas y banquetes en honor de los calatravos se fueron sucediendo y en todo momento presidía tales acontecimientos Beatriz.
Sin poder evitar el efecto que la hermosa dama causaba en su alma, el comendador Jorge, que no podía quitarle sus ojos de encima, se enamoró perdidamente de ella y muy pronto el amor por ella pasó a ser una incontrolable pasión. Los comendadores continuaron durante algún tiempo en la ciudad, y nada hacía pensar en que Jorge tuviera ni siquiera la posibilidad de declararle sus sentimientos a la bella mujer de su primo. Pero un acontecimiento totalmente imprevisto modificó sustancialmente las circunstancias de los protagonistas de esta historia.
Ocurrió que el Ayuntamiento de Córdoba tuvo que hacer una importantísima petición al rey y como la persona más idónea para acelerar la gestión era el caballero Veinticuatro Fernando Alfonso de Córdoba, el Ayuntamiento aprobó por unanimidad que sobre él recayera la responsabilidad de desplazarse a la corte y dar cumplimiento a la solicitud municipal, transmitiéndosela personalmente al soberano castellano. A Fernando Alfonso le desagradaba profundamente tener que distanciarse de su esposa, pero no tuvo más remedio que cumplir con su encargo. Partió, por lo tanto, muy entristecido, si bien confiando en el honor y la lealtad de sus primos y de hecho, solicitó a los comendadores calatravos que cuidaran de su esposa.
Las gestiones cortesanas se fueron complicando y Fernando Alfonso se vio obligado a retrasar su retorno a Córdoba. Lo único que aminoraba un poco la tristeza de la separación de su esposa eran las cartas amorosas que esta le enviaba, pues eran verdaderamente modélicas con respecto a la correspondencia que debe mediar entre marido y mujer enamorados y bien avenidos.
Al cabo de tres meses de ausencia, las epístolas de Beatriz comenzaron a ser menos frecuentes y, al mismo tiempo Fernando Alfonso comenzó a recibir cartas de un fiel criado suyo en las que se le conminaba a regresar lo antes posible. Mientras permanecía en la corte, el caballero Veinticuatro recibió un día la visita del comendador Jorge, que venía desde Córdoba para solicitar una audiencia a Juan II. Los dos parientes hablaron encomiásticamente de Beatriz, alegrándose su marido de poseer tan buenas noticias sobre su mujer y de que los comendadores la tuvieran en tanta estima. Marchó Jorge a enrevistarse con el rey y después, regresó rápidamente a Córdoba.
Mientras tanto Fernando Alfonso recibió una orden del monarca por la cual le requería que se presentara ante él con la mayor urgencia. Una vez en su presencia, el rey le habló visiblemente enojado, y al preguntarle el caballero cordobés por el motivo, el rey le indicó que no se había comportado como un buen vasallo, ya que le había importado muy poco el anillo que le había regalado, pues se lo había dado a su primo Jorge. El veinticuatro dijo al rey que no sabía a lo que éste se refería y el rey le contestó que acababa de ver puesto en un dedo de su mano derecha el anillo que él mismo había regalado a Fernando Alfonso al despedirse de él. El caballero cordobés se puso lívido. De repente comprendió todo el bochorno que había caído sobre él. Se sintió invadido por la ira y un irrefrenable sentimiento de odio y de venganza le abrasó el corazón. Solo pudo medio articular algunas palabras para decir que consideraba que guardar su anillo era lo mismo que guardar su honra, y que si había perdido la joya es que también había perdido el honor. Una vez dicho esto hincó su rodilla en tierra y solicitó al monarca permiso para poder recuperar ambas cosas, anillo y honor. El rey Juan entendió que algo grave le ocurría al digno caballero y le concedió licencia para regresar a su ciudad.

(Iglesia de Santa Marina, frente a la que se alzaba la casona del caballero Veinticuatro Fernando Alfonso, en la Plaza de los Condes de Priego).
A lomos de su caballo, y sin tomarse más descansos que los necesarios para que su cabalgadura pudiera continuar, el ofendido caballero veinticuatro llegó a su casona de Córdoba, que se alzaba frente a la iglesia de Santa Marina, pues nada deseaba tanto como hallarse ante su hogar. Beatriz salió a su encuentro y se mostró más enamorada y encantadora que nunca, tanto, que Fernando Alfonso llegó a dudar de que la afrenta fuera cierta. Por ello decidió aguardar y comprobar si se había cometido contra él alguna villanía. El aspecto de la morada del caballero era digno y satisfactorio y se oían risas y canciones. Fernando Alfonso casi llegó a convencerse de que su mujer era inocente e incapaz de ninguna traición.
Al amanecer salió al jardín, donde le esperaba su fiel criado Rodrigo, y este le informó de la horrible verdad, que Beatriz y Jorge eran amantes y que en infinitas ocasiones habían mancillado el hogar y el lecho conyugal del veinticuatro de Córdoba. Lleno este entonces de furia y de deseo de venganza, juró que vengaría su ofensa. Aquella misma noche organizó una partida de caza con el fin de probar a sus primos, los comendadores calatravos. Tal y como él esperaba, ninguno de los dos quisieron formar parte de la expedición cinegética, con el pretexto de que tenían asuntos urgentes pendientes en la ciudad. Entonces Fernando Alfonso simuló ir solo a la partida de caza, dejándoles a ellos en libertad de obrar como quisieran.
En cuanto el caballero veinticuatro partió de cacería, se reunieron en uno de los salones Beatriz y una prima suya con la que compartía secretos y pecados, y con las damas se hallaron también los caballeros calatravos: Jorge, amante de la señora de la casa, y Fernando Alfonso, amante de la prima. Cenaron los cuatro y bailaron al son de un laúd, tañido con maestría por los jóvenes y alocados comendadores. Mientras tanto, el veinticuatro se deslizaba sigilosamente por el jardín y se dedicó a espiar a los culpables y a esperar el momento propicio para vengarse. Cuando las dos parejas de amantes dieron por terminada su alegre reunión, amabas parejas se retiraron a sendos aposentos de la casa. Ése era el momento que aguardaba el ofendido esposo de Beatriz. Con la velocidad de un rayo entró en el cuarto donde se hallaban su esposa y el comendador Jorge. Apuñaló primero a su esposa con una daga y después, con su espada, mató al comendador, que ya corría en busca de la suya. Seguidamente, entró Fernando Alfonso en la habitación de su otro primo y los mató a él y a la prima de su ya fallecida esposa.
Las ramificaciones de esta leyenda son espantosas, ya que hay autores que aseguran que no pararon aquí las muertes, y que el caballero veinticuatro mató a cuantas personas se encontraban en su casa y conocían su deshonra. Cuando Fernando Alfonso hubo cumplido su venganza, despareció en la oscura noche, seguido de su leal criado Rodrigo, para tratar de dar olvido a su tremenda desgracia, ocultándose en algún lugar lejano.
Los hechos demuestran que el rey tuvo enseguida conocimiento de lo sucedido y que, a petición de la ciudad de Antequera, en cuyo cerco se distinguió valientemente el caballero Veinticuatro cordobés, se le concedió un indulto real en 1449 y a él se acogió el inmisericorde verdugo de su esposa y de sus desleales parientes. Según parece, jamás volvió a aparecer por la corte.
Existe en la literatura española una obra de gran alcance, debida a la pluma de Lope de Vega y que es considerada como "comedia famosa". Su título es Los comendadores de Córdoba u honor desagraviado. El argumento del drama escrito por Lope de Vega no presenta diferencias trascendentales con la leyenda que le dio origen.
21.- Leyenda de una recogida camino hacia Montoro
Hace al menos unos 60 años, un hombre natural de Montoro venía con su burro de trabajar del campo. Poco después de comenzar su viaje de regreso se encontró con otro hombre que iba andando. El dueño del burro le preguntó que para dónde iba y al decirle que se dirigía para el pueblo le ofreció que se subiera con él en el burro.
Poco antes de llegar aMontoro, en un lugar llamado La Cortaúra el dueño del burro notó cómo el hombre que llevaba atrás pesaba más y le estaba hincando cada vez más las uñas. En el momento en que el dolor de las uñas en su espalda se hacía insoportable, este rodeó la cabeza para decirle que no le apretara tanto. En este momento se percató de que la persona que recogió por el camino no era la misma que estaba en esos momentos en su burro. Este individuo tenía unos dientes enormes y de un color verdoso, sus uñas medían al menos 12 cm. y sus ojos eran completamente rojos, como si estuvieran ardiendo.
El dueño del burro saltó de él y salió corriendo desbocadamente hacia el pueblo. Estando allí empezó a pedir socorro por todos los bares del barrio. La gente allí presente lo ignoraba, puesto que ese hombre tenía fama de bebedor. Después de un par de minutos corriendo y gritando palabras imposibles de descifrar cayó redondo al suelo Dos hombres que estaban presenciando el acto corrieron a socorrerlo y se percataron de que estaba sangrando por la espalda. La impresión fue mayor cuando observaron que las marcas que el hombre tenía en la espalda no podía habérselas hecho ningún ser conocido hasta ahora.
Pocos días después de lo sucedido, cuando ya estaba recuperado, volvió a contarlo pero los habitantes del pueblo seguían sin creerlo. Un mes después este falleció por causas desconocidas, aunque otras versiones de la leyenda dicen que desapareció y no se le volvió a ver más.
22.- Leyenda del origen de la Virgen de las Angustias                   
Cuenta la historia que un día un borriquillo llegó a la ciudad y entró en el patio del Convento de San Pablo, ante el descuido del hermano portero. Este, al encontrarlo, lo sacó de vuelta a la calle. El borriquillo, entonces, se dirigió a la iglesia de San Agustín. Los hermanos al verlo pensaron que pudiera estar perdido y decidieron darle albergue hasta que vinieran a reclamarlo. Le quitaron la pesada carga que llevaba y al abrirla, descubrieron maravillados una bella talla de la Virgen. Cuando la noticia corrió por la ciudad, los dominicos la reclamaron como suya, pues el borrico fue a su convento en primer lugar, a lo que los agustinos respondieron que, puesto que ellos recogieron al borrico y los otros no, la talla era suya. Finalmente, presentado el caso ante la justicia, los agustinos pudieron quedarse con la imagen, a condición de que si por algún motivo la Virgen entraba en San Pablo, no volvería a salir de allí.
(Virgen de las Angustias, hoy en la iglesia de San Pablo)
23.- Leyendas del Convento de Santa Isabel de los Ángeles
Entre su patrimonio se cuenta que existe un imagen del Niño Jesús que antaño tuvo fama de milagroso: aquella persona justa que realizara su petición ante él, recibía una sonrisa en señal de asentimiento.
También es más o menos milagrosa la aparición de la Cabeza de Jesús Crucificado. Según la leyenda, un marinero vio algo flotando a la deriva. Curioso, se acercó y lo recogió. Una vez hubo quitado los peces, descubrió la escultura, que trajo a Córdoba para ser donada a este convento.
Una de las hermanas de la comunidad, llamada Sor Magdalena de la Cruz, tuvo fama de santa por los muchos milagros que se le atribuían, como es ver una procesión a través de los muros de la celda en que la enfermedad la mantenía encerrada. Se cuenta que el rey mandaba sus reliquias para que se las bendijera esta hermana. Sin embargo, nada tenía de bendita, o así lo afirmaron dos monjas que vieron entrar una noche a un joven apuesto en la habitación de la santa, y le oyeron decir: "¿Así me tratas, cuando te he dado todo cuanto has pedido?". Con ello, no les quedó duda de que todos los prodigios procedían del demonio y no de Dios. La denunciaron al tribunal de la Inquisición y, tras días de tortura, acabó confesando sus tratos con el diablo. Debido al arrepentimiento que mostró, la sentenciaron a vivir el resto de su vida en un convento fuera de Córdoba, donde cada día debía postrarse en el suelo y servir de alfombra a sus hermanas, a fin de mostrar cuán indigna era.
También se cuenta la historia de dos hermanos huérfanos. La muchacha se enamoró de un joven. La relación no era posible, pues el joven era de clase inferior a ella, de modo que al enterarse su hermano, prohibió la relación. Mas la joven no atendía a razones, por lo que su hermano la encerró en el convento para impedir que se vieran. Fue inútil: no sé sabe cómo, los amantes consiguieron verse y trazaron un plan de fuga. La noche indicada, la joven huyó del convento junto a su amado. Enterado el hermano por un amigo, salió tras ellos, logrando alcanzarlos. A ella, sin mediar palabra, la mató allí mismo. A él, en cambio lo desarmó, y cuando el joven se disponía recibir la muerte, vio con sorpresa como el caballero daba media vuelta. Ante semejante gesto, no pudo menos que preguntar el por qué, a lo que el otro contestó: “Tú no has manchado mi honra”.
24. Milagro del panecillo bendito. Calle de la Palma.
Varias son las leyendas que atribuyen hechos milagrosos a la imagen de San Nicolás Tolentino. Entre ellas, la más curiosa es, quizá, la del panecillo bendito. Contaban que a principios del siglo XVII, una mujer devota llevó a la imagen unos panecillos para que fueran bendecidos. Poco después, su marido la invitó a dar un paseo. Ella le había sido infiel, y le acometió la sospecha de que intentaría atacarla. Por ello, se encomendó al santo y puso uno de los panecillos en su pecho.
Efectivamente, el hombre conocía la existencia del amante, y en su invitación ocultaba la intención de matarla. Llegados a la calle de la Palma, comenzaron a discutir y el marido sacó un puñal y se lo clavó. Acto seguido, salió corriendo y nunca más supieron de él.
Algunos vecinos acudieron al alboroto, y al hallarla tendida en el suelo, la creyeron muerta. Sin embargo, la mujer volvió en sí y comprobaron que el puñal se había clavado justo donde llevaba el panecillo bendecido por el santo.

25.-  La Piedra del Cid. Monturque

Conocida como Piedra del Cid y Peña del Cid, se debe su nombre a una leyenda acerca de una victoria que alcanzó el Cid Campeador al frente de las tropas del rey sevillano Al Mutamid, sobre el año 1079 contra las tropas del rey de Granada dentro de la Cora (división territorial en que se dividía Al-Ándalus durante el emirato y el califato de Córdoba) de Cabra, lugar exacto donde se dice que acabaron con la firma de un acuerdo.
Esta roca se situaba en Cid Toledo (Monturque) en la carretera de Málaga con dirección a Aguilar de la Frontera, aunque parece que en la actualidad ha desaparecido debido a las obras de la autovía a Málaga.
26.- Leyenda del Cautivo. Mezquita Catedral.tL
La leyenda transcurre en tiempo de la Córdoba árabe. Había un cristiano que trabajaba en una huerta cercana a Córdoba. Este joven se enamoró de una bella joven árabe que iba a comprarle flores y frutas y le pidió que se casara con él. Ella aceptó y le prometió convertirse al cristianismo. La joven tenía un hermano con gran influencia en la corte y la noche en que se encaminaban al bautismo de esta, le salieron al paso unos esbirros del hermano, mataron a la joven y tiraron su cuerpo al río. Dicen que el cuerpo iba sobre el agua alejándose de Córdoba y que brillaba como rodeado de estrellas.
Al joven lo cautivaron y lo ataron con cadenas a una de las columnas de la Mezquita, expuesto a los desprecios de la gente. Se consolaba rasgando con la uña una cruz en el mármol. Cuando los árabes se dieron cuenta de que la cruz que había grabado no se podía borrar, ahorcaron al cautivo en uno de los arcos, y tiraron su cuerpo al Guadalquivir, por el que navegó muy rápido para alcanzar a su prometida y llegar con ella a las puertas del Paraíso
En el siglo XVIII se colocó una barandilla de hierro alrededor de la columna. Como a la altura de la cintura, tiene una reja que resguarda la cruz, y sobre ella hay grabada esta leyenda:
                 Este es el Santo Cristo que hizo el cautivo con la uña
En el muro que está junto a la columna, alguien puso un grabado que representa a un cautivo de rodillas y con los pies encadenados, y junto a él estos versos:

El cautivo con gran fe
en aqueste duro mármol,
con la uña señaló
a Cristo crucificado,
siendo esta Iglesia mezquita
donde lo martirizaron.martirizaron"

27.- Leyenda de la casa del duende. Calle Almonas.
Esta leyenda se sitúa en la calle Almonas. Los ancianos de aquellos alrededores, en su sencilla y entonces muy común credulidad, contaban que en el siglo XVI moraba en esta casa una señora muy hermosa y rica, a quien un hermano tenía gran envidia por haber sido mejorada en el testamento de sus padres. Quiso primero convencerla de que las particiones fuesen iguales, y no consiguiéndolo, concibió el criminal propósito de asesinarla con el mayor sigilo y heredar él todo, ya que no le daba la parte apetecida.
A la vez había en la casa un duende, ser humano condenado por la Providencia a vivir penando mientras el mundo exista, por el inaudito crimen de haber abofeteado al autor de sus días, anciano indefenso, que en su educación había invertido gran parte de su fortuna. Este duende, llamado Martín -nombre obligado de todos los de su gremio- se enamoró hasta el delirio de aquella dama, la que no podía menos de sentir repugnancia al ver tan espantosa figura, pues además de medir poco más de media vara eran todas sus facciones tan exageradas, que infundía espanto a los pocos que llegaron a verlo. Mas así y todo, el duende evitó siempre que el hermano consumase sus criminales intentos.
Por otro lado, la señora, no queriendo sufrir las persecuciones de Martín, buscó casa para mudarse y arrendar la suya. Súpolo él y, presentándose, le rogó no lo abandonara, ya que no podía seguirla. La enteró del peligro que la amenazaba, le ponderó lo mucho que la había servido y todo fue inútil. A los pocos días la hermosa joven vivía ya con su doncella cerca del colegio de San Roque, quedando cerrada la casa, que nadie quería por temor al duende, que gozaba de gran fama en todos aquellos alrededores.
Llegó la Nochebuena, y la señora fue a los maitines a la Catedral, donde la vio el hermano, que saliéndose la esperó en la esquina de la Judería, en la que al pasar le dio tal puñalada en el corazón que la dejó muerta, sin que nadie se apercibiese de ser el autor de tan horrendo crimen. Presentose después, fingiendo el más sincero quebranto, y todo quedó en el silencio, y dueño él de todos los bienes que ella poseía.
Pasaron dos o tres años, y considerando que la casa de la calle de Almonas nada le rentaba por la fama del duende, en quien él no creía, determinó habitarla, mudándose a ella tan tranquilo, porque ni el menor ruido turbaba su aparente sosiego. Una noche despertó muy fatigoso, se echó mano al cuello, sintió una soga e iba a arrojarse al suelo para encender luz cuando tiraron de él, y sin poderse valer, se encontró colgado de una viga, pagando bien pronto el crimen cometido.
Aquel día y los dos o tres siguientes permaneció la casa cerrada, y extrañándolo los vecinos dieron parte al corregidor, quien hizo hundir la puerta, y encontraron el cadáver colgado de una viga, llamando aún más la atención de todos un hombrecillo de horrible aspecto que, dirigiéndose a la autoridad, le dijo con voz bronca y descompuesta: "Podéis dar sepultura en sagrado a este cadáver, porque no ha sido él quien ha puesto fin a su vida; lo ha hecho la Divina Providencia en castigo de ser el asesino de su hermana, y ya que la justicia de la tierra dejó impune su delito, la del cielo ha querido castigarlo por mi conducto". Al mismo tiempo desapareció, dejando a todos sorprendidos y logrando que la fama de este suceso llegue hasta nosotros.
28.- El Campo de la Verdad.
En el origen de este nombre hay una leyenda con cierta base histórica. Corría el año 1368 y Córdoba, cristiana desde 132 años antes, estaba sitiada por las fuerzas de Pedro el Cruel, aliado por conveniencia con el rey moro de Granada.
La ciudad había tomado partido por Enrique, el hermano del rey Pedro, y este se disponía a castigarla. Los ejércitos castellano y granadino habían acampado en la cuesta de Los Visos, desde donde se domina una amplia panorámica de Córdoba, y una avanzada del rey moro había logrado cruzar el río y tomar el Alcázar.
Los cordobeses encomendaron la defensa de la ciudad a Alonso de Córdoba y lograron expulsar del Alcázar a los soldados granadinos. Ya se disponían a presentar batalla al rey cuando, al pasar por la calle hoy llamada Torrijos, la madre de Alonso de Córdoba le dijo que circulaban rumores de que pensaba entregar la ciudad al rey llamado el Cruel.
El valiente caballero, señalando el campo situado tras la Torre de la Calahorra, respondió: “Ahí tenemos el campo donde se verá la verdad”. Seguido por multitud de ciudadanos, Alonso de Córdoba logró ahuyentar el peligro y corroboró su lealtad al rey Enrique III.
29.- La Cruz del Rastro
Cuentan que Córdoba en el año 1473 se debatía en guerras civiles entre los distintos bandos de la nobleza o entre algunos de estos y el propio poder real; y el odio a los judíos iba creciendo, preparando el camino de la expulsión definitiva en 1492. Se había fundado poco antes, en el franciscano convento de San Pedro el Real –hoy Parroquia de San Francisco- la Hermandad de la Caridad, que solo aceptaba a cristianos viejos, por lo que era muy importante para todos los cristianos.
En 1473 celebraba esta hermandad una procesión y al llegar a la Herrería –nombre que recibía uno de los tramos de la calle Cardenal González, hoy Corregidor Luis de la Cerda- una niña dejó caer desde la ventana de la casa de un converso (judío que se convertía en cristiano) un lebrillo lleno de aguas residuales sobre una enjoyada imagen de la Virgen. Aunque arrojar a la vía pública los desperdicios era una práctica muy habitual en la Córdoba de entonces, no se investigó si el hecho había sido accidental o intencionado, pero bastó para que los cristianos viejos lo convirtieran en una declaración de guerra contra los hebreos que, en buen número, todavía habitaban la ciudad. Dirigió la revuelta un fanático herrero del barrio de San Lorenzo y, tras varios días de pillaje, saqueos y asesinatos, el alcalde mayor se dirigió con algunas de sus fuerzas acabando con los sublevados, que se habían hecho fuertes en varias zonas de la ciudad y, sobre todo, en el Rastro. Para recordar a todos los que perdieron su vida en este lugar, se colocó la Cruz del Rastro al bajar la llamada por todos los cordobeses calle de la Feria, cuyo nombre oficial es San Fernando, en el punto en que cruza con La Ribera. 
30.- La posada del Potro
Cuentan que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, alojaba a los huéspedes importantes en una habitación de la posada alejada del resto de las estancias, con el pretexto de evitarles molestias y que, pasando por Córdoba un capitán que se dirigía a Sevilla, se alojó en dicha posada. Cuando este capitán se retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama, a quien apenas pudo ver, le aconsejó que no durmiera.
El militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella joven que parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo desmentían. La noche era fea, el viento y el agua azotaban las ventanas hasta que lograron abrirlas; había truenos y relámpagos y la única luz que había se apagó. Le parecía ver mil fantasmas y oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiró a un rincón y sacó su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos los rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo. Por fin, bajo el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una trampa del suelo, observándolo y esperando para ver si estaba dormido.
Furioso, se arrojó por una ventana al corralillo. Allí, casualmente, estaba la muchacha que le había advertido; lo empujó fuera del mesón y le dijo que fuera a Sevilla y le contara al rey lo que allí pasaba. A los cinco días fue recibido por Pedro I en el Alcázar y este le prometió averiguar lo que ocurría, jurándole que, si descubría algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase. Cuando el rey llegó al mesón, mandó recorrerlo todo ante el espanto del mesonero. Hallaron la trampa bajo el lecho en el que alojaba a los viajeros ricos y encontraron a la joven que pedía venganza. Desenterraron multitud de cadáveres y encontraron numerosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados huéspedes. De uno de ellos era hija la joven que se interesó por el capitán.
El rey, actuando con gran furia, agarró al mesonero del cuello y lo hizo salir a mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las manos a la reja de la posada y amarraran dos potros a los pies del hombre. Después azotaron a los caballos para que galoparan y lo despedazaran. Un grito de horror surgió de la gente, pero el rey amenazó con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.
Momentos después, los brazos del hombre colgaban de las rejas y los caballos arrastraban el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro entregó al capitán como esposa a la bella joven, con todas las riquezas que allí se encontraban, y prometió al Corregidor que, si tenía que volver allí para administrar justicia, le haría a él lo mismo que mandó hacer con el mesonero.
31.- Leyenda de San Rafael, Custodio de Córdoba
Dispuestas por toda la ciudad se encuentran numerosas estatuas dedicadas al arcángel San Rafael, conocidas también con el nombre de triunfos. En las cercanías del puente romano o puente viejo se erige una de gran envergadura y, en el centro del mismo, otra más pequeña, pero de gran fervor popular. Cuenta la leyenda que el arcángel San Rafael se apareció al padre Roelas, sacerdote que vivió en el siglo XVI y que se caracterizaba por su fe y actos caritativos. Cuando ocurrió la aparición del santo, el padre Roelas tenía alrededor de 50 años y vivía cerca de la iglesia que hoy se conoce como de San Rafael. Se encontraba enfermo, al parecer de una grave enfermedad. Por ello, decidió encomendarse a los mártires de Córdoba para pedir por su curación. Una noche oyó una voz que le decía: “Sal al campo y sanarás”. Estando en el campo, fatigado, se encontró con unos caballeros que le encomendaron que hablara con el obispo y le dijera que unos huesos encontrados en la iglesia de San Pedro eran de los mártires de Córdoba. Así lo hizo y, poco después, su salud comenzó a mejorar.
(Estatua de San Rafael, en el Puente romano)
Otro día, mientras estaba en su habitación, se le apareció un gallardo joven, vestido de blanco, que le hizo revelaciones sobre temas religiosos. Él lo escuchaba con detenimiento y, por último, en la noche del 7 de mayo de 1578, le juró por Jesucristo que él sería el custodio de esta ciudad de Córdoba. Consultó el caso con dos padres de la Compañía de Jesús y con varias autoridades eclesiásticas y todos creyeron en la veracidad de sus palabras. Estas apariciones de San Rafael se reflejaron en varios libros; por eso aumentó la devoción por el arcángel y, siempre que la ciudad estuvo en apuros, se le invocó y el peligro terminó desapareciendo.
Por todo ello, San Rafael es venerado como custodio y copatrono de la ciudad de Córdoba (los patronos son San Acisclo y Santa Victoria) y, desde este siglo, se realizan fiestas en su honor.
32.- Leyenda de los siete infantes de Lara o de Salas. Calle Cabezas.
De la plazuela del Portillo arranca la tortuosa y sombría calle de las Cabezas. Tiene dos callejas o barreras, una al lado derecho, llamado del Horno de Guiral, porque fue la casa de los señores de este apellido, y otra enfrente conocida en lo antiguo por la de Dª Muña, señora perteneciente a la familia de los marqueses de El Carpio, a los cuales perteneció la casa nº 3. Es tradición que en ella vivió Gonzalo Gustios o Gustioz, padre de los siete Infantes de Lara. La leyenda podría recoger un antiguo cantar de gesta compuesto hacia el año 990 en el transcurso de las bodas entre Doña Lambra —natural de Bureba— y Rodrigo Velázquez de Lara, más conocido como Ruy Velázquez o Roy Blásquez —hermano de Doña Sancha, madre de los infantes—, acontecimiento celebrado en Burgos al que acudieron como invitados los siete Infantes de Lara. Entre los festejos, tuvo lugar un torneo, en el que la novia deseaba ver como ganador a su primo Álvar Sánchez. Le tocó luchar contra Gonzalo González, el menor de los Lara. Y Álvar fue derribado.
Más adelante Gonzalo González es visto por Doña Lambra mientras se baña en paños menores, suceso que Doña Lambra, al considerarlo como una provocación sexual a propósito, interpreta como una grave ofensa. Doña Lambra, aprovechando este lance para vengar la muerte de su primo Álvar Sánchez, que no ha sido satisfecha aún, responde con otra afrenta al ordenar a su criado arrojar y manchar a Gonzalo González con un pepino relleno de sangre, ante la risa burlesca de sus hermanos. Gonzalo reacciona matando al criado de Doña Lambra, que había ido a refugiarse bajo la protección del manto de su señora, que queda asimismo salpicado de sangre.
Estos sucesos provocan la sed de venganza de Doña Lambra. Por ello, su marido, Ruy Velázquez, urde un plan por el que Gonzalo Gustios, señor del enclave de Salas, es enviado a Almanzor con una carta cuyo contenido indica que sea matado el portador de la misiva. El padre de los infantes desconoce el contenido de la carta porque está escrita en árabe. Almanzor se apiada de Gonzalo Gustios y se limita a retenerlo preso, pues considera excesivo el sufrimiento de su cautivo, que es aliviado por una hermana del propio Almanzor.
Los siete hermanos de Lara habían sido dirigidos hacia una emboscada ante tropas musulmanas en la que, a pesar de su valía guerrera, son decapitados y sus cabezas remitidas a Córdoba. Allí serán contempladas dolorosamente por su padre en uno de los plantos (llantos dolorosos) más emotivos de toda la épica castellana.
(Almanzor muestra las cabezas de los siete infantes a su padre. Grabado de Otto Venius, siglo XVII).
En la prosificación del cantar, Gonzalo Gustios finalmente es liberado. Justo antes de partir, la hermana de Almanzor le comunica que está embarazada de él. Gonzalo Gustios ve aquí una posible vía para vengarse de Ruy Velázquez, así que toma un anillo y lo rompe en dos pedazos, dándole una parte a ella y quedándose él con la otra mitad. Mudarra recibe este medio anillo como herencia, siendo posteriormente reconocido por su padre Gonzalo al juntar las dos partes y ver que encajan perfectamente. Este hijo bastardo se encargará de llevar a cabo la venganza de la muerte de sus hermanos, los siete Infantes de Lara.
Según la leyenda, en la casa nº 3 de la calle de las Cabezas aquellas fueron presentadas a Gonzalo Gustios en una bandeja, para satisfacer uno de los caprichos de la favorita de Almanzor. Entre las casas nº 10 y 12 hay una estrecha calleja cerrada al público mediante una reja, conocida como la calle de los Arquillos, porque en sus siete arcos estuvieron colgadas las cabezas de los infantes.´
Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, importante escritor del Romanticismo (primera mitad del siglo XIX) escribió en 1834 un famoso poema narrativo sobre esta leyenda, titulado El moro expósito, que se considera una de las primeras muestras del Romanticismo en nuestro país.
33.- Leyenda de los hermanos Bañuelos. Plaza Mármol de Bañuelos.
La plaza de Mármol de Bañuelos, donde confluyen las calles de la Plata y Diego de León, debe su nombre a un trozo de columna, hoy desaparecido, donde según la tradición fueron martirizados muchos cristianos en tiempos de la persecución romana, y que ocupaba un rincón de la fachada del palacio de los Bañuelos. Parece ser que esta familia llegó a Córdoba en tiempos de la conquista de Fernando III procedente de Burgos. A principios del siglo XVIII, tres descendientes de esta dinastía llamados Fernando, Alfonso y Elvira, habían quedado huérfanos muy jóvenes. El mayor, muy orgulloso de sus orígenes, no admitía los amoríos de su hermana con don Juan de Vargas, apuesto joven de familia de escasos recursos. Puso a su hermana en el dilema de elegir entre el pretendiente que a él le interesaba o entrar en un convento. Ella eligió la segunda opción e ingresó en el convento de Santa Inés, aunque siguió enviando cartas a su amado, que el sacristán del monasterio hacía llegar a este.
Una noche de enero, Elvira planeó su fuga del convento, saltando por una de las tapias. Su amante, que la esperaba, fue traicionado por alguno de sus sirvientes y los dos hermanos de la joven acudieron al convento. Lucharon, el novio mató a Alfonso y Fernando se llevó a Elvira, pensando desde ese momento solo en vengar a su hermano.
Semanas después, el amante de la muchacha se presentó en la casa para pedir su mano, pero vio con horror que Fernando la mantenía muerta en una habitación. Ambos lucharon, Fernando dio por muerto a su rival y enterró a la desgraciada Elvira en el cementerio de la iglesia de San Miguel. Un año después, Fernando acudió al camposanto a visitar la tumba de su hermana e inesperadamente se encontró con el joven amante, que no había muerto y, ante la tumba de Elvira, mató a Fernando.
34.- Leyenda de la Cruz de Juárez.
Aunque entre las leyendas abundan las que castigan la infidelidad femenina, aquí veréis una en la que es la del marido la que termina siendo castigada.
A mediados del siglo XVI Antón de Juárez, un hombre rico y poderoso, cuya apariencia virtuosa ocultaba un carácter orgulloso, tenía un compadre con el que había amasado su fortuna en negocios no muy claros. La esposa de Juárez, muy enamorada de su marido, tenía una grave enfermedad, por lo que su aspecto físico estaba muy desmejorado. Por ello, su marido le fue infiel con una de sus criadas y llegó a tomar la decisión de darle muerte cuando le llegase la ocasión propicia, lo que ocurrió poco después. Con ocasión de pasar unos días en el campo, toda la familia y servidores de Juárez fueron a una casa cerca de la actual Cruz de Juárez. Un día, al señor se le ocurrió ir de cacería, por lo que anunció su ausencia durante varios días, en compañía de su compadre.
Una noche tormentosa, una sombra embozada entró en la casa. La esposa dormía con placidez, cuando el visitante, que era su marido, le tapó la boca y le hundió una daga en el sexo, pensando que todos achacarían la muerte a su grave enfermedad. Justo cuando el asesino escapaba con su caballo, cayó un rayo, que provocó un incendio en la casa. Los que acudieron a apagar el fuego se encontraron con el cadáver. Avisado el marido, regresó a toda prisa dando grandes muestras de dolor. Dos años después, se casaría con la mujer con la que llevaba tiempo manteniendo relaciones.
Diez años más tarde, falleció otro miembro de la familia, por lo que hubo que enterrarlo en el mismo panteón de un convento donde reposaba la mujer. Al abrir el ataúd para moverlo, vieron junto a los huesos la hoja de una daga. Todos los presentes, entre los cuales no estaba Juárez, empezaron a discutir y decidieron poner el hecho en conocimiento de la Justicia, que se presentó en casa del único sospechoso, Antón de Juárez, el cual fingió una enfermedad. Su casa permanecía vigilada y, para acabar con el acoso, Juárez hizo llamar a un franciscano para que le diera los últimos sacramentos. Así, disfrazado de fraile, huyó con su compadre.
Al llegar donde hoy está la cruz, ambos discutieron sobre quién de los dos se quedaba con el dinero y el oro que habían escondido en un cofre, muy cerca de donde se produjo el asesinato. Una pelea en la que el compadre asestó una puñalada en el pecho a Juárez, cubriendo su cabeza con la capucha.
Poco tardó en descubrirse quién era el muerto. Mientras, su compadre llegó a un pueblo de Extremadura, donde levantó sospechas, fue arrestado y llevado a Córdoba, donde confesó su crimen y contó toda la verdad de la historia. Fue condenado a ser decapitado en un cadalso situado donde hoy está la cruz, que se levantó como recuerdo de las tres muertes.
35.- El crimen de la procesión del Corpus. Plaza de la Magdalena.
En las proximidades del templo de la Magdalena, en la plaza del mismo nombre, tuvo lugar un crimen cometido ante una procesión del Corpus Christi, a mediados del siglo XV. Discurría dicha procesión, organizada por la Hermandad del Santísimo Sacramento radicada en la parroquia, cuando un arrogante noble, vecino de Santa Marina, llamado Luis Fernández de Córdoba, quiso ocupar un puesto preferente en la piadosa comitiva, privando de su lugar a un cofrade que era campesino y plebeyo. Este se negó a dejarle el sitio, alegando que ante Dios no hay clases sociales, pero el aristócrata, lleno de ira, asestó una puñalada al campesino, que cayó muerto a los pies del sacerdote que llevaba la custodia. Fernández de Córdoba fue arrestado y encerrado en la cercana torre de los Donceles.
Un año después, aún estaba pendiente el juicio cuando salió de la parroquia otra procesión, esta vez con el viático para llevarlo a un vecino enfermo. La viuda del campesino asesinado también estaba allí, y el aristócrata se asomó entre dos almenas para ver la procesión, cuando vino a caer muerto ante el Santísimo Sacramento. Todos vieron en ello un castigo del cielo a su injusto proceder.
36.- Leyenda del médico Pero Mato.
Pero Mato vivía en una casa situada en la cuesta que hoy recibe su nombre, cerca de la plaza de Jerónimo Páez. Era un médico prestigioso, felizmente casado con una dama noble. En las ausencias del marido, esta empezó a saludar a través de las terrazas a un vecino. Una criada hacía de cómplice celestinesco de este amor. Se produjo finalmente el adulterio, pero se mantuvo en secreto, hasta que una imprudencia de la esposa ocasionó su desgracia. Cierto día, por asuntos de la casa, castigó duramente a su criada. Cuando llegó el doctor, esta le contó la infidelidad de su esposa.
La sorpresa del marido aumentó cuando comprobó que, aprovechando un descuido suyo, su esposa había huido, refugiándose en el convento de las Recogidas, donde llegaban las rameras, que se encontraba en la calle hoy llamada Encarnación Agustina.
Estos hechos generaron un gran escándalo en la ciudad. El médico no sabía qué hacer. Hasta el obispo habló con él para que perdonara a su esposa y volviera a recibirla en su casa. Así lo hizo Pero Mato, comprometiéndose a no herirla con arma alguna.
Una vez en la casa, la dama decidió no salir para evitar tentaciones. Todo pareció volver a la normalidad, y pasaron los años. Hasta que un día, alguien, con gana de broma, dejó colgada en la puerta de la casa una sarta de cuernos, que el médico vio cuando salió. Durante el tiempo que estuvo fuera de su casa, pensó su venganza. Para cumplir su compromiso, decidió matarla no con armas, sino simplemente ahogándola con una toalla, lo que hizo cuando llegó a su domicilio.
Se cuenta que el médico huyó a Sevilla y que luego regresó a Córdoba, donde fue detenido y llevado a prisión en África.
37.- La torre Malmuerta.
Fue construida por mandato de D. Enrique III de Castilla, en época cristiana, pero es de un marcado estilo mudéjar.
La torre estuvo unida a la muralla de la ciudad por un arco que aún se conserva. El interior de la misma consta de una única sala octogonal. A pie de calle hay unas escaleras para acceder a la sala y dentro de la misma, otras que acceden al piso superior, donde se decía que había una maravillosa vista de la ciudad de Córdoba.
Se trata de una torre albarrana que en su día sirvió de defensa de la Puerta del Rincón y del Colodro. Una vez que la función defensiva dejó de tener importancia, fue usada como prisión para nobles. Más adelante, en el siglo XVIII, el sabio cordobés Gonzalo Antonio Serrano, utilizaba la torre como base de sus observaciones astronómicas.
La Torre se ubica en la zona centro de Córdoba, junto a la Plaza de Colón, y colindando con la escuela de Relaciones Laborales.
Dice la leyenda que hubo un caballero, ascendiente de los marqueses de Villaseca, casado con una bella dama. Ésta, con un corazón dedicado a los más pobres, salía de casa cada tarde para ayudar y prestar su colaboración en labores humanitarias en la ciudad, ofreciendo comida y ropas a las gentes más desfavorecidas de la sociedad. Este hecho se lo ocultaba a su marido, pues no veía bien que personas de alta cuna se codearan con la clase baja. El marido, sospechando de estas salidas continuadas de su esposa, fue presa de los celos, creyendo que su amada salía cada día para encontrarse con un amante y un día la mató culpándola de adulterio. Más tarde descubrió la realidad, y, sintiéndose avergonzado por tal acto contra una mujer de corazón tan noble, pidió perdón al rey, el cual le mandó construir una torre, cuyo nombre sería la Malmuerta (mal muerta).
37.- El Cristo de los Faroles.
Todas las noches a las doce en punto, sonaban unos pasos firmes y rítmicos por la cuesta del Bailío.
Hacia muy pocos años que se había colocado en la plaza de Capuchinos el Cristo de los Faroles.
El personaje de esta historia aparecía cada noche embozado en su capa por la calle alfaros, subía por el Bailío y llegaba ante el Cristo y allí, tieso como un soldado rezaba algo que nadie oía, y se marchaba.

Corrieron por la ciudad mil historias de misterio y fantasía. Una de ellas contaba que este hombre era Carvajal, miembro de una conocida familia cordobesa, que había desaparecido en oscuras circunstancias (había muerto, había sido ajusticiado), etc. La verdad es que desde hacía años no residía en la ciudad, por eso los curiosos lo espiaban cada noche y comentasen si sería un espíritu, un aparecido, o un alma en pena que venía a pedir la  paz a su alma atormentada al Cristo.

Dicen que cuando salía de la plaza, desaparecía. Nadie pudo nunca verle la cara, ni seguir sus pasos.

Pero un día Carvajal, cuando hizo su visita quiso despedirse de la comunidad que guardaba el Cristo, y les dijo:
-Tengo destino en Cuba, en los ejércitos del Rey, y he venido a cumplir una promesa que hice al Cristo apenas fue colocado aquí. Volvía a casa a altas horas de la noche, cuando fui asaltado violentamente por dos encapuchados. Hui de ellos pero volví a caer en sus manos, me defendí con todas mis fuerzas y tanto fue el ardor de la pelea que rodamos por el suelo, brillaron las armas y brotó la sangre..... Y de pronto, sin darme cuenta, me encontré solo y asustado junto a la Cruz del Cristo. Le di las gracias por haberme salvado de los bandidos, y prometí visitarlo cada noche que estuviese en Córdoba a la misma hora que me salvó de aquellos asesinos. Y así lo he hecho todos los días que he permanecido de permiso en la ciudad, hasta mañana, que partiré de nuevo a Cuba"

Así que ni era espíritu ni fantasma, solo cumplía una promesa
38.- Los almendros de Medina Azahara.
Terminaremos esta recopilación con una de las leyendas más populares de Córdoba, que tiene como ubicación el palacio destruido de Medina Azahara.  Fue construido por Abderramán III para su favorita Azahara, cuyo nombre llevaría ("Ciudad de al-Zahra", la "Ciudad de la Flor de Azahar").                                                
Abderramán había traído a Azahara desde Granada. Pronto se convirtió en su preferida y, para demostrarle el amor que sentía por ella, ordenó la construcción de una ciudad palatina. Para ello contrató a los mejores arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas, mármoles, azulejos; mandó construir hermosos jardines con flores y plantas traídas desde todos los rincones del mundo, los pobló con hermosos pájaros y mandó que en ellos creciesen árboles de exóticos frutos. Telas y muebles, comprados a los mercaderes más prestigiosos adornaban las estancias de la favorita Azahara.
Sin embargo Abderramán la sorprendía a menudo llorando y sus constantes regalos no conseguían su sonrisa. Le preguntó el motivo de su tristeza y qué debía hacer para contentarla, a lo que Azahara respondió que a su tristeza el califa no podría ponerle remedio pues lloraba por no poder contemplar la nieve de Sierra Nevada. Él le respondió: “Yo haré que nieve para ti en Córdoba”.
Inmediatamente mandó talar un bosque situado frente a la medina y replantarlo de almendros muy juntos unos de otros y cada primavera, cuando los almendros abrían su flor blanca, la nieve aparecía en Córdoba sólo para su amada Azahara, que no volvió a llorar.


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