LEYENDAS DE CÓRDOBA.
Fuentes
utilizadas:
-Paseos por Córdoba, de Teodomiro Ramírez de Arellano
-Cordobapedia
-Historias y leyendas
de Córdoba, de
Marcial Hernández Sánchez
-Leyendas
cordobesas, de Fernando de Montis
Relación de leyendas:
1.- El corregidor de la
casaca blanca o La casa encantada
2.- La Fuensanta
3.- La calle Mancera
4.- El Caimán de la
Fuensanta
5.- La Ley de las
Holgazanas
6.- El avaro judío
7.- El Cristo de la
Misericordia
8.- El cura de la
Magdalena
9.- El niño mártir
10.- El túnel entre Medina
Azahara y la Mezquita
11.- La estrella de los
deseos
12.- Juan Palomo
13.- La calle Abrazamozas
14.- Las campanas del
hospicio
15.- Las momias de San
Cayetano
16.- Leyenda de la calle
de la Pierna
17.- La ternera
descabezada
18.- El buey que reventó
19.- El horno de la Puerta
de Baeza
20.- Los Comendadores de
Córdoba
21.- Una recogida camino
hacia Montoro
22.- El origen de la
Virgen de las Angustias
23.- El Convento de Santa
Isabel de los Ángeles
24.- El milagro del
panecillo bendito
25.- La piedra del Cid
26.- El cautivo
27.- La casa del duende
28.- El Campo de la Verdad
29.- La Cruz del Rastro
30.- La posada del Potro
31.- San Rafael,
Custodio de Córdoba
32.- Los siete infantes de Lara
33.- Los hermanos Bañuelos
34.- La Cruz de Juárez
35.- El crimen de la
procesión del Corpus
36.- El médico Pero Mato
37.- La torre Malmuerta
38.- El Cristo de los
Faroles
39.- Los almendros de
Medina Azahara
1.-
Leyenda del
corregidor de la casaca blanca o de la Casa Encantada. Barrios de San
Andrés y San Pablo.
Don Carlos Ucel y Guimbarda
había perdido a su bella y adorada esposa cuando más feliz se juzgaba con tan
buena compañera. El cielo quiso, para consolar la amargura que aquella pérdida
le causara, dejarle una hija, blanca y hermosa como su nombre, y tímida y
sencilla como el espíritu de un ángel. Jamás salía de casa, sino acompañada de
una dueña, en sus primeros años, y después de su padre, que en ella cifraba
toda su ventura y sus esperanzas. Contaba unos 17 años cuando en uno, al llegar
la velada entonces, hoy feria de la Fuensanta, la llevó a beber aquellas puras
y apetecidas aguas y orar por su madre ante la venerada imagen, amor de todos
los cordobeses.
En la esquina del convento
de San Rafael, conocido generalmente por Madre de Dios, se les interpuso una
harapienta gitana de horrible aspecto y penetrante mirada, pretendiendo decir a
Blanca la ventura que le esperaba. La tímida joven demostró al punto su
repugnancia, y don Carlos, que temió un ligero disgusto en su hija, ordenó a la
gitana se apartase, dejando de incomodarla por más tiempo. Ella insistió, y al
fin fue preciso, mal su grado, retirarla, dejándola a un lado del camino,
profiriendo mil palabras, entre las que se percibieron claramente: "Ellos
pagarán su orgullo con raudales de llanto, que la desgracia les hará
verter". Nadie hizo caso de sus palabras, que consideraron desahogo de su
mala educación, volviéndose tranquilos a su casa, como si nada hubiesen oído.
Dos o tres años habrían
transcurrido cuando, a la altas horas de la noche, oyeron llamar a la puerta;
asomáronse y eran unos hebreos que iban a quejarse al corregidor de que no les
querían dar posada en ninguna de las de Córdoba, y pedían o una orden para ello
o que se les dejase pasar hasta el día, aun cuando fuera en el portal de su
casa. Consintió Guimbarda en esto último, y la dueña que había recibido el
recado ponderó a doña Blanca lo extraño de las figuras de los nuevos huéspedes,
hasta el punto que la curiosidad les hizo ir a examinarlos por el agujero de la
llave del portón. Mas cuál sería su sorpresa al ver que leían en un libro a la
luz de una vela amarilla, y que pasaban muy deprisa las cuentas de una especie
de rosario que uno de ellos llevaba pendiente de la cintura.
A poco sonó un ruido
extraño y la tierra se separó dejando una abertura que daba paso a una hermosa
escalera de mármol. Por ella bajó uno, volviendo a poco acompañado de un joven
que apenas frisaba en los tres lustros, de hermoso y gallardo aspecto, y un
cofre, al parecer lleno de alhajas de gran valor. Aquel desgraciado, enterrado
en vida, les rogó repetidas veces para que lo llevasen consigo, siendo inútiles
sus quejas y súplicas, pues después de algunas prevenciones que le hicieron lo
obligaron a bajar por la ancha escalera. Apagaron la vela, y con la luz desapareció
también el hoyo formado en el portal, como si nada hubiese sucedido.
Llegó la mañana siguiente y
los hebreos se despidieron del corregidor, dándole muchas gracias por la
generosidad con que los había hospedado; mas ¡cuánta desgracia se atrajo con
ella! Tanto la dueña como la hermosa Blanca ardían en viva curiosidad por saber
el misterioso arcano del joven prisionero con tantas y codiciadas riquezas.
Examinaron el portal y nada advertían en su pavimento, hasta que la dueña vio
esparcidas por él muchas gotas de cera desprendidas de la vela encendida por
los hebreos. Juntolas cuidadosamente e hizo un cerillo, con el que creían que
se abriría la tierra.
(Figura que representaría a Blanca en el
palacio de los Villalones)
Esperaron la noche, y
cuando todos estaban recogidos, bajaron al portal y encendieron la luz,
logrando por este medio que apareciese de nuevo la escalera, por la cual bajó
Blanca, recorriendo algunas galerías sin hallar el menor rastro. Cuando vio la
dueña que el pabilo se acababa, echaron a correr; pero al salir se le concluyó,
quedando dentro la desgraciada joven que venía tras ella. La pobre vieja empezó
a gritar; a sus voces acudió el corregidor y todos los criados, quienes se
confundían más con sus revelaciones. Luego llamaron a Blanca, que respondía con
acento de dolor desde el centro de la tierra. El corregidor hizo mil
excavaciones, todas inútiles, llorando en su desesperación la pérdida de tan
querida hija.
Varios años pasaron. Don
Carlos Ucel y Guimbarda murió solo y desesperado. Desde entonces se dice que
una sombra misteriosa recorre de noche toda esta casa, atribuyéndolo al alma de
doña Blanca, que aún vaga por aquellos contornos.
2.- Tradición de la Fuensanta. Santuario de Nuestra
Señora de la Fuensanta.
En la primera mitad del siglo XV moraba en el barrio
de San Lorenzo, junto a la puentezuela, un infeliz cardador de lana llamado Gonzalo
García, a quien su escaso jornal no bastaba para sostener a su esposa e hija,
la primera paralítica y la segunda demente; por tanto, imposibilitadas de
ayudar a contribuir con su trabajo a los gastos de la familia. Desesperado con
tan triste situación, y no sabiendo qué determinación tomar, saliose un día por
la puerta de Baeza hacia el arroyo de las Peñas o las Piedras, que es el de la
Fuensanta, y hacia el sitio que aún se denomina de las Moras, a causa de las
muchas de estas frutas silvestres nacidas en aquellos paredones.
Meditabundo y pensativo iba Gonzalo hacia el
mencionado sitio cuando se le acercaron dos hermosas jóvenes, una en pos de
otra, y un gallardo mancebo. La primera le dirigió estas o parecidas cariñosas
palabras: "Gonzalo, toma un vaso
de agua de aquella fuente, y con devoción dalo a tu mujer e hija y tendrán
salud". Suspenso quedó aquel desgraciado, si bien dominándolo la
idea de que sus favorecedores serían la Virgen María y los patronos de Córdoba
San Acisclo y Santa Victoria, en cuya idea lo afirmó el gallardo joven
diciéndole: "Haz lo que te manda
la Madre de Jesucristo, que yo y mi hermana Victoria, como patronos de esta
ciudad, lo hemos alcanzado de la Virgen Santísima".
Lleno de gozo y aún más admirado volvió ansioso la
vista hacia el sitio señalado, donde efectivamente corría el agua, manando de
entre las descubiertas raíces de un cabrahígo que, demostrando su antigüedad,
cubría con sus ramas parte del paredón de la cercana huerta. Mas casi
simultáneamente iba a arrojarse a los pies de su celestial bienhechora cuando
ésta ya había desaparecido con los santos mártires.
Henchido su corazón de gozo y agradecimiento, corrió
Gonzalo a una alfarería, cercana a la hoy demolida Puerta de Baeza, compró el
jarro y lleno de la salutífera agua lo llevó a su casa contando lo ocurrido y
pidiendo con gran fe que con ella viviesen su mujer e hija, logró verlas libres
completamente de sus acerbos y ya incurables padecimientos. Como no podía menos
de suceder, la noticia circuló por toda la ciudad. Los enfermos corrieron a
beber de la fuente designada, y nuevas curaciones justificaron más y más la
virtud de sus aguas. Mas nadie acertaba a descifrar aquel misterio, descubierto
al fin por otra nueva revelación.
El jarro comprado por Gonzalo García, y que era de
barro vidriado, como color amarillo, se conservó muchos años como una preciosa
reliquia, afirmando Enrique Vaca de Alfaro que el día 6 de abril de 1671 tuvo
en su mano un fragmento que aún quedaba en poder de Juana de Luque, vecina de
la calle del Aceituno, de 67 años de edad, y viuda de Nicolás Muñoz de Toro,
descendiente del Gonzalo.
Veinte años habían transcurrido desde aquel portentoso
suceso, aún sumido en el más misterioso secreto. El sitio conocido por la
Albaida era la morada de los ermitaños de Córdoba, aún no congregados como en
la actualidad, y uno de ellos, agobiado por una cruel hidropesía que lo llevaba
al sepulcro, se decidió también a beber de las saludables aguas de la santa
fuente, y con ellas logró la salud apetecida.
Lleno
de agradecimiento y fe pedía a Dios y a la Virgen en sus oraciones que se
dignasen aclarar aquel arcano, cuando una noche, la del 8 de septiembre, oyó
cierta voz que satisfizo su ansiosa curiosidad, revelándole que en el tronco de
aquel cabrahígo se encerraba una imagen de la Virgen, depositada en un hueco
cuando la persecución de los cristianos, y cuya concavidad había cerrado el
transcurso de tantos años.
El ermitaño corrió al día siguiente a presentarse al
obispo de Córdoba, don Sancho de Rojas y, contándole lo ocurrido, éste hizo
cortar el árbol, confirmándose las palabras del anacoreta, puesto que fue
hallada la imagen que con tanta devoción veneramos. Es de barro y tiene en la
espalda unas letras muy gastadas, al parecer góticas.
Divulgose la noticia con la velocidad del rayo,
acudiendo casi en su totalidad el vecindario de Córdoba con el clero,
autoridades y demás corporaciones, formando todos una procesión que en medio de
una alegría indescriptible, aumentada por el repique de tantas campanas como
entonces había, y del disparo de cohetes y arcabuces, llegó con la imagen al
Sagrario antiguo de la Catedral, hoy capilla de la Cena, donde la depositaron,
hasta que se edificó en el sitio del cabrahígo el primer Santuario de Nuestra
Señora de la Fuensanta y el humilladero o Pocito, costeado por el obispo don
Sancho de Rojas.
3.- Leyenda de la calle Mancera.
Barrio de la Magdalena.
Hay una calle sin salida,
que tiene por nombre Mancera, apodo de un operario del campo. Según una
tablilla colocada en 1559, entre los milagros u ofrendas colgados en el pórtico
del Santuario de Nuestra Señora de la Fuensanta, aquel trabajador se puso a
arar sus tierras en el día de aquella imagen, acción criticada por un
compañero, a quien contestó que nada tenía él que ver con eso para no cuidar de
sus intereses; palabras castigadas providencialmente, pues se le quedó la mano
pegada a la mancera (pieza corva y trasera del arado, sobre la cual lleva la
mano el que ara), sin poderse desasir de ella por más esfuerzos que empleaba.
Con esto conoció su falta y, corriendo al santuario, se arrodilló ante la
Virgen, rogándole tuviese compasión de él, que no sabía lo que había dicho. Así
logró verse libre de la mancera, que dejó allí en memoria del suceso, y con su
mano señalada en la madera. Esto se cundió y la gente se fijaba en él,
poniéndole el apodo de Mancera, que luego pasó a ser nombre de su calle.
4.- El caimán de la Fuensanta.
Barrio de la Fuensanta.
Situado en un muro del Santuario de Nuestra Señora de
la Fuensanta, el origen de este caimán es incierto debido a la diversidad de
leyendas existentes al respecto, aunque Ramírez de Arellano declara que el caimán fue traído de América junto a una
costilla de una ballena, la concha o carapacho de una tortuga, una sierra del pez
de este nombre y otras cuantas cosas remitidas como recuerdo por viajeros
cordobeses.
Una de las leyendas más extendidas cuenta que en una
ocasión hubo una crecida en el río Guadalquivir y la abundancia de agua trajo
un temible caimán que llegó a sembrar el pánico entre la población cordobesa y
entre las cercanas huertas. El animal acechaba a sus desprevenidas víctimas,
las destrozaba y luego desaparecía en los cañaverales cercanos. Cuando sentía
hambre volvía a actuar y de esta forma tenía sobrecogida e impotente a la
población hasta que un cojo decidió acabar con el problema.
Se cuenta que, después de estudiar el comportamiento
del caimán, lo acechó y lo esperó en un árbol con su muleta y un pan abogado.
El pan despertó la glotonería del animal, que inmediatamente abrió la boca para
engullirlo, momento que aprovechó nuestro héroe para apearse del árbol y clavar
el filo de su muleta en la garganta del animal, que disecó y colocó como
exvoto. Otra forma de la leyenda habla de que el héroe no fue el cojo sino un
condenado a muerte a quien se le ofreció el indulto si acababa con el terrible
animal que tenía en jaque a la población.
Desde entonces, durante la celebración de la Velá de
la Fuensanta, es costumbre acudir al templo y ver el cuerpo disecado del caimán.
5.- Ley de las Holgazanas.
Barrio de Santa Marina.
Vivía en el barrio de Santa
Marina un hombre muy pobre. Con mucho esfuerzo y ayuda de su mujer, lograron
reunir un capital considerable a lo largo de los años; capital que, de morir
él, pasaría a sus hijos. Viendo cuán injusta era la situación, pues había sido
su mujer y no los hijos quienes ayudaron a ganarlo, resolvió ir a la capital y
pedir favor ante el rey. Aunque no era un hombre de leyes, supo explicar el
caso tan bien al rey que éste, conmovido por el gesto de aquel hombre justo,
decidió revocar la ley de las holgazanas, siendo así que a partir de entonces
todas las mujeres cordobesas pudieron heredar de sus maridos.
6.-
El avaro judío
Un hombre, pobremente vestido, está sentado delante de
una mesa. La habitación está casi vacía, salvo por la silla donde se sienta, un
tablón desgastado que le sirve de mesa y una vieja arqueta en el suelo. Frente
a él, en la mesa, amontona monedas de oro y joyas a medida que los cuenta.
Llaman a la puerta. Se apresura a
guardarlo todo en la arqueta antes de salir. Allí hay una mujer, que
angustiada, comienza a contarle su historia. Es pobre, apenas le queda nada y
no tiene qué comer. Necesita dinero. El avaro la mira en silencio, sin
responder. No le impresiona la historia. La ha oído cientos de veces y la
respuesta es siempre la misma.
-¿Qué puede ofrecerme a cambio?
-Nada tengo, señor, salvo mi casa
-Eso valdrá -responde, haciéndole
saber los términos del acuerdo.
La mujer, al oír el alto interés que
tendrá que pagar, comienza a llorar y suplica no sea tan severo. Él responde
que nada puede hacer: es un negocio y lo demás, no le importa. Después guarda
silencio. La mujer, finalmente, se ve vencida, y asiente con la cabeza. Él
redacta el papel; ella lo firma, hecho lo cual, se dirige con gesto cansado al
interior de la casa: se escucha el abrir y cerrar de puertas y al cabo de unos
minutos, vuelve el avaro con el dinero prometido. Ella lo toma, le entrega el
papel y se marcha.
El viejo, al verla salir, retoma su
trabajo. Saca el dinero y lo cuenta. Una vez terminado, lo anota en un pequeño
libro que guarda en el arcón, del que saca una bolsa donde introduce el dinero.
Lo toma y marcha a guardarlo. Mientras baja las escaleras del inmenso sótano
donde guarda su riqueza, piensa en lo cansado que está, y murmura que, pese a
todo, debe seguir con el negocio, aún no es bastante su riqueza.
Al subir, encuentra a su hija. Una
mujer joven, casi una niña. Se dirige a la cocina, a preparar la cena. El
viejo, de nuevo en la habitación, apaga la vela, para ahorrar, y se sienta.
Apenas han pasado unos momentos cuando su hija lo llama. Hay un caballero en la
puerta que pregunta por ti, le dice. “Muy bien, ahora lo atiendo”. Ella asiente
y se marcha. Sale al zaguán donde un hombre joven lo espera. Al verlo,
desaparece la sonrisa de su rostro, dando a entender el profundo desagrado que
el viejo le provoca.
-Tenga buena noche, señor
-Aquí tienes tu dinero. Cuéntalo si
quieres -dice, a modo de respuesta.
-Eso no es necesario, señor. Espero
que su merced haya recordado el interés que fijamos y lo haya incluido.
-Por supuesto. Di mi palabra, y ahora
cumplo.
-Entrégame el papel que te firmé y
acabemos con esto -dice agriamente.
El viejo, sin responder, le tiende el
papel. El caballero lo toma con gesto violento, da media vuelta y sin
despedirse, sale de la casa.
El viejo lo observa mientras se
marcha. Y después, con una sonrisa, se vuelve hacia el saco que el caballero ha
dejado en el suelo. Intenta cogerlo, pero es demasiado pesado. Por varias veces
lo intenta, sin éxito. Finalmente, decide llamar a su hija.
Ella, siempre solícita, escucha
atentamente a su padre. Nunca ha bajado al sótano, y trata de memorizar las
instrucciones. Finalmente, toma la vela y se dirige a la entrada. Levanta la
tapa y se adentra por el hueco de las escaleras. Al llegar a bajo, repite las
instrucciones: a la derecha, después a la izquierda... Así, recorre varios
pasillos. De pronto, se estremece y mira alrededor asustada. Una corriente de
aire apaga la vela y queda a oscuras en medio del laberinto. Duda entre seguir
o regresar y, a tientas, busca el camino de vuelta, pero la oscuridad y el
miedo la traicionan y no encuentra el camino. Finalmente, comienza a llamar a
su padre. Pero la respuesta que obtiene es el eco de su propia voz. Espera,
pero nada ocurre. Se desespera y empieza a gritar y gritar....
El viejo mira intranquilo el hueco del
sótano. “Debía haber regresado ya”, piensa... y es entonces cuando escucha la
voz que lo llama... Toma una vela y baja con rapidez. Se mueve con agilidad por
los pasillos, pero cada vez que se acerca a la voz, esta suena en otra parte o
se vuelve lejana... Así las horas pasan y el viejo, cada vez más desesperado,
busca sin cesar. Finalmente, decide pedir ayuda. El sitio es demasiado grande y
por eso no la encuentra, dice intentando tranquilizarse.
Una vez en la calle, comienza a gritar
a sus vecinos “¡Ayuda!”. Estos, somnolientos, se asoman a la ventana para ver
qué ocurre. Al verlo ponen cara de desagrado, la mayoría vuelve adentro, pero
algunos, deciden bajar. El viejo, intentando parecer sereno, les cuenta:
-Mi hija bajó anoche al sótano y no
regresó. La he buscado toda la noche, pero no consigo encontrarla; es demasiado
grande para una sola persona. Si tuvierais a bien ayudarme...
Los vecinos se miran extrañados. Cómo
puede una persona perderse en un sótano -se preguntan. El viejo les responde:
-En realidad, es una red de pequeñas
galerías, casi un laberinto. Tiene tantas galerías y pasillos que es fácil
desorientarse y perderse dentro: es por esto que yo solo no puedo. Les
ruego....
Suenan de nuevo murmullos, pero una
voz se levanta sobre el resto y dice: "Vamos"
Al oírlo, todo el mundo calla y lo
sigue hacia la casa del anciano. Allí, toman cuantas velas y candiles pueden y
bajan al sótano, donde comienzan a buscar. Comienzan llamando a la muchacha,
pero al oír la débil voz, callan y escuchan. Se mueven de un lado a otro,
incansables. Las horas pasan y el viejo está cada vez más alterado. Finalmente,
los oye que suben todos, y suspira aliviado. Pronto, su cara se torna en mueca
a ver que vuelven sin la niña.
-Es imposible, señor. La vez se acerca
y se aleja de nosotros. Quizá haya salido ya, y lo que hemos oído sea el eco.
-Pero eso no es posible. Yo estuve aquí todo
el rato, y nadie entró ni salió, salvo sus mercedes...
Sin más respuesta que un encogerse de
hombros y un “lo siento”, el grupo sale de la casa.
Allí queda el viejo solo.
El viejo, como cada noche, se sienta
en su sillón. Pero ya no cuenta el dinero. Sólo escucha, aterrorizado,
angustiado, la voz que día tras día, al caer la noche, comienza a sonar,
llamándolo a gritos.
7.- El Cristo de la Misericordia.
Barrio de Santa Marina.
Ramírez
de Arellano, en Paseos por Córdoba, nos cuenta cómo cerca de la iglesia de
Santa Marina (entre la calle Muro de la Misericordia y Moriscos) estuvo el hospital
del Cristo de la Misericordia. Su titular era un Crucificado quien, según la
leyenda, se llamó de la Misericordia por el milagro que realizó cuando, un hombre
del barrio quedó ciego. Nada de lo que le dieron le devolvía la vista. Su
desesperación iba en aumento hasta que un día entró, y puesto frente al Cristo,
le dio un terrible golpe con su bastón y le gritó: "¿Para qué me sirves,
si no puedes devolverme la vista?" En ese momento, sus ojos vieron la luz
y la voz corrió por la ciudad, llamando al Cristo de la Misericordia por la que
había mostrado ante quien tan mal le tratara.
8.- El cura de la Magdalena.
Barrio de la Magdalena.
Allá en tiempos antiguos, había en la parroquia de la
Magdalena un cura excesivamente obeso y muy aficionado a recoger cuanto podía
de sus feligreses. Sucedió que una noche de lluvia se retiraba a su iglesia, y
a corta distancia del postigo de la sacristía, vio un hermoso burro blanco,
solo y como abandonado. Pareciéndole al buen señor que en él podía pasar el
barro de la plaza y aun alojar aquel huésped en su casa, lo arrimó a la
gradilla y como pudo cabalgó en é1, emprendiendo su marcha tan tranquilo, con
su linterna en la mano, a favor de cuya luz vio el interior de las monjas de
Santa Inés. Entonces, asombrado, reparó encontrarse a aquella altura por haber
crecido de pronto y en tanta longitud las piernas de su cabalgadura. Asustado y
comprendiendo ser castigo del cielo por su desmedida ambición, y que el diablo
sería el que se le presentó en forma de burro, invocó el nombre de Jesús, y
aquel desapareció, cayendo el pobre cura de la elevación en que se hallaba,
quedando ileso por el mucho barro; mas en él dejó su estampa tan marcada, que a
la mañana siguiente los vecinos se paraban a ver lo que ellos decían “el
retruco del Sr. Rector”. Este se mostró tan escarmentado que el resto de su
vida lo empleó en hacer muchos y recomendables actos de misericordia.
9.- El niño mártir. Puente Genil.
Esta historia real ocurrió
en Puente Genil en el siglo XVIII. Al pequeño niño mártir lo podemos encontrar en la Iglesia de la Purificación
y en los documentos históricos del pueblo.
Alonso, después de su muerte, empezó a conocerse como “el niño mártir” de Puente Genil. Sus padres eran Diego y Ana, y
nació el 27 de marzo de 1728.
El 27 de diciembre de 1731, no llegó a su casa. Todo
el pueblo empezó a buscarlo, y algunos ciudadanos comentaban que habían visto a
un hombre con una capa de paño y con un niño de la edad de Alonso encaminarse
hacia la fuente de Vado-Castro.
Después de varios días de búsqueda y sin ninguna
novedad, el 3 de enero de 1732, unos ganaderos, encontraron el cuerpo de
Alonso, muerto desde hace varios días. Una vez recogieron el cuerpo sin vida,
pudieron apreciar que no tenían signos de putrefacción (y eso que llevaba
varios días muerto). También había en su rostro, en sus manos y en sus pies
señales de haber sufrido quemaduras y todo ello indicaba que fue martirizado.
Montaron velatorio en la casa de su abuelo, Diego de
los Ríos, y, sin empezar a dar señales de corrupción, sí se pudo ver como
manaba de su cuerpo sangre. Todo esto llevó a las autoridades eclesiásticas y
civiles a abrir un expediente para la averiguación de los hechos.
Como veían que algo sobrenatural había pasado con el
menor, decidieron el 6 de enero llevarlo en procesión con todas las autoridades
y casi toda la población hasta la iglesia.
El cadáver quedó en un arca con tres llaves, donde a
día de hoy, aún se encuentra. Los marqueses de Priego ordenaron pasar
información sobre este hecho, y con ella pedir a Su Santidad el Papa la
canonización del niño.
10.- El túnel entre Medina
Azahara y la Mezquita.
Desde siempre en Córdoba se ha hablado de la
existencia de un túnel subterráneo
que comunica la ciudad palatina de Medina Azahara con la Mezquita. Dicho túnel,
según marca la leyenda, aún no ha sido descubierto, y por él accedía el califa
directamente a caballo a la Mezquita para sus rezos diarios.
La existencia de este paso secreto es más que improbable,
pero su difusión por el boca a boca ha hecho que muchos cordobeses lo cuenten
como historia verídica a los visitantes de la ciudad.
11.- La estrella de los deseos. Mezquita
Catedral
(Estrella de los deseos, Mezquita de Córdoba)
En la Mezquita Catedral existe una pequeña estrella,
que algunos llaman la Estrella de los
Deseos. Esta estrella se encuentra en una esquina de la Mezquita
Catedral, junto a la calle Torrijos. Esta pequeña estrella es un fósil situado
en la pared de la Mezquita. Desde hace mucho tiempo la gente que pasa por
delante de ella, la toca y pide un deseo, intentando que la magia que la rodea,
le dé un poco de suerte y, por qué no, se cumpla el deseo que quiere.
12.-
Juan Palomo: mito y leyenda. Fuente la
Lancha.
No
todos los pueblos tienen el don inmenso y singular de llevar grabado en su
memoria popular la imagen de un romántico y altruista bandolero: Juan Palomo,
que, según cuenta la voz del pueblo tuvo su cuartel general dentro de Fuente la
Lancha y -siempre según la leyenda- desde allí dirigía sus hazañas y
escaramuzas con la justicia.
Corría
el siglo XIX y la entrada de Napoleón en España levantó a muchos patriotas que
iniciaron una soberbia resistencia al descomunal y bárbaro ejército de Francia.
En Andalucía, a diferencia de otras regiones de nuestro país, surgió la mítica
figura del bandolero, héroe romántico y legendario, cautivador, que casi
siempre tenía un origen familiar humilde y pobre, y gozaba de un carácter
altruista y valeroso.
Juan
Palomo, según narración popular, fue gran amigo de José María el Tempranillo.
Tenía como base de operaciones y, a la vez, como estancia la “Casa Grande”:
hermosísima casona ubicada en el corazón de Fuente la Lancha, a pocos metros de
la parroquia de Santa Catalina. Esta casa, aunque en la actualidad se encuentra
dividida y transformada, en otro tiempo gozó de una excepcional solera
arquitectónica. Espesos muros y hondas estancias, arcos robustos, y una muy
espaciosa cámara -llena de habitaciones- hacían de la Casa Grande un edificio
hercúleo y atractivo.
Son
múltiples las leyendas que se cuentan en torno a la vieja y hermosa casona, ya
desgraciadamente desparecida. Según los lugareños, La Casa Grande poseía hondas
galerías, donde estaban las cuadras, que sirvieron a Juan Palomo para depositar
las joyas y dinero robados a los franceses; por otra parte, las habitaciones
que había en la cámara servían como cárceles a los ilustres personajes por los
que Juan Palomo pedía sustanciosas recompensas. Otras muchas leyendas e
historias, en torno a Juan Palomo y la Casa Grande, circulan de boca en boca
por el lugar: una de ellas asegura que el pozo de la Casa Grande posee una
inmensa galería que comunica con el río Guadamatilla -situado a escasos kilómetros
del pueblo-, y, a través de ella, escapaba Juan Palomo cuando era sorprendido
en su refugio.
13.- La calle Abrazamozas. (Calle
Valdés Leal)
La actual calle de Valdés Leal se llamó Abrazamozas, porque así es como llamaban a los jóvenes que salían
de noche buscando aventuras amorosas. Vivía en el barrio uno que, además de los
requiebros, solía esconderse en la calleja y sorprender a las damas que
paseaban solas, a fin de poder abrazarlas en la oscuridad.
Una noche en que regresaba a casa vio a una bella
joven que bajaba por la calle Málaga hacia el barrio de San Juan. El joven
decidió seguirla al tiempo que le dedicaba sus más ingeniosos requiebros. La
joven pidió que la dejara tranquila, mas el joven continuó su camino,
redoblando sus esfuerzos. Ella le rogó nuevamente que no insistiera más, pero
el joven, envalentonado, le cortó el paso y prometió dejarla seguir su camino
si la abrazaba primero. La joven le miró y cedió, no sin antes advertir al
muchacho el peligro que con ello corría. Mas él no atendía a razones: así pues,
ella abrió los brazos y él la abrazó; mas en lugar de encontrar un cuerpo
esbelto, sintió la frialdad de unos huesos desnudos bajo la túnica. Trató de
soltarlo, sin éxito, y horrorizado, cayó desmayado.
A la mañana siguiente, lo encontraron sus amigos
durmiendo en la esquina de la calle y él contó lo sucedido. Estos, pensando que
había sido un mal sueño por los efectos del vino, tuvieron diversión a su costa
para un buen tiempo. Sueño o no, el joven lo tomó como una seria advertencia a
su mal comportamiento y nunca más molestó a dama alguna en los oscuros
callejones de la ciudad.
14.
Las campanas del hospicio
Mucha es la fama que tuvo en Córdoba
el Beato Francisco de Posadas, fundador del monasterio de Scala Caeli y
preocupado siempre por los más desfavorecidos. La fama le llegó antes de
muerto, siendo enterrado en secreto durante la noche ante el temor de que el
populacho se desbordara y tratara de coger alguna reliquia.
Entre los muchos milagros que se le
atribuyen, cuentan que una noche las campanas de un hospicio que él mismo había
fundado comenzaron a repicar. Los monjes, alarmados, se levantaron por ver qué
ocurría, mas nada encontraron fuera de lo normal. Volvieron pues a sus celdas y
olvidaron el suceso. Pasado un tiempo, tuvieron noticia de que unos ladrones
habían sido detenidos. Entre otros crímenes, confesaron haber entrado en la
capilla del hospicio para robar, y haber tenido que huir, pues algún fraile dio
la alarma haciendo sonar las campanas. Los frailes, conocido el suceso, se
miraron extrañados, pues ninguno había subido aquella noche al campanario. No
sabiendo encontrar otra explicación, se arrodillaron dando gracias al beato por
el milagro que había hecho.
15.- Las momias de San Cayetano
Bajo el altar mayor del Convento de San Cayetano y en
la Capilla de Gestus existen criptas donde enterraban a los frailes de esta
congregación. Las condiciones de las criptas dieron lugar a la momificación de
los restos allí inhumados.
Cuenta Ramírez de Arellano que los nichos tuvieron que
ser sellados, ya que, entre otras profanaciones, algunas momias fueron
empleadas para gastar una broma pesada al sacristán de la iglesia, quien al ir
a acostarse encontró en su cama una de las momias. Cuando se levantó asustado,
vio que habían colocado varias de ellas por toda la habitación.
16.- Leyenda de la calle de la
Pierna
Cuentan que en la casa número 4 de la calle de la Pierna, actual calle
Barroso, vivía una joven que no
solamente pasaba el día en la ventana indagando la vida de sus vecinos, sino
que muchas noches hacía lo mismo, acarreándose el odio de todos los que tal
conducta sabían. Una noche, puesta en su sitio de costumbre, vio venir de hacia
la parroquia dos filas de luces alumbrando un féretro que ocupaba el centro. Ya
cerca, arrimose a la reja uno de los acompañantes y le rogó le guardase el
cirio que llevaba en la mano para recogerlo al día siguiente, por no serle
posible seguir a causa de encontrarse enfermo. Accedió aquella a la petición y
después de tomar el cirio su curiosidad le hizo preguntar el nombre del que
llevaban a enterrar, oyendo con asombro que el desconocido pronunció el de
ella, cuya sorpresa le hizo dar un grito y caer desmayada. Cuando volvió en sí
aún apretaba en la mano la canilla de un muerto en que la vela se le había
convertido. Añaden que no sólo quedó curada de su mala costumbre, sino que se
colocó la pierna en el sitio que aún vemos en memoria de este suceso.
Otros -y estos no
alcanzaron tanto crédito- inventaron que en esta casa vivió una señora en
extremo bella, pero tan orgullosa y de mal carácter que nadie podía sufrirla,
llegando su desmedido amor propio a creerse la más hermosa del mundo y a despreciar
a cuantos no la adulaban. A tal extremo llegó su presunción que teníase por
superior a su padre, a quien maltrataba por su extremada pobreza.
Un día se acercó este a
pedirle un socorro con que atender sus necesidades. Mas, en vez de obtenerlo,
lo recibió ella con multitud de injurias, a las que el pobre anciano contestó
dignamente, no creyendo que su hija cometiese la infame acción de arrojarlo a
puntapiés de su casa. Pero así lo hizo, dando lugar a que la maldición paterna
cayese sobre ella, hasta tal punto que la pierna con que lo había ofendido se
le convirtió en piedra, muriendo entre los más agudos dolores, castigo con que
la Providencia le hizo comprender lo mucho que lo había ultrajado.
17.-
Leyenda de la ternera descabezada. Calle del Caño
A la calle del Caño se refiere una de
las tradiciones más inverosímiles con que nos han asustado cuando niños. Se
decía que todas las noches, cuando la gente estaba recogida, salía de aquel
caño una ternerilla descabezada que recorría el barrio dando bramidos; tanto,
que algunas personas habían muerto de susto al oírla. Nos contaban que una
joven salió tan mala que dedicó su vida a las mayores deshonestidades, al par
que tenía a su madre el trato más censurable, maltratándola de palabras y
obras, hasta que ésta un día, desesperada, le dijo que ojalá hubiera parido una
bestia cualquiera y no una hija tan infame, acompañando esto con tantas
blasfemias y maldiciones que la Providencia, queriendo castigar a ambas,
convirtió a la hija en ternera.
La madre en este apuro, sin
saber qué hacerse, esperó a que aquella se durmiera y le cortó la cabeza,
arrojándola después en aquel caño, de donde salía todas las noches a purgar lo
mucho que había pecado durante su corta vida. Algunos añaden que llevaba una
túnica blanca, lo que la hacía más imponente.
Tan ridícula patraña debió
caer en gracia, cuando, aunque con diferente historia, eran varias las
ternerillas descabezadas que había en Córdoba, puesto que tenemos noticias de
tres, y creemos que a aquel paso no iba a quedar un agujero por donde no
saliese alguna, y sin embargo de ser un absurdo tan grande, estaba tan
arraigada esta creencia que no hace mucho tiempo nos contó un sereno de aquel
distrito que al cantar la hora en la calle del Caño oyó un aullido que le
asustó, acordándose de lo que le habían contado. Volviose atrás dos veces, pero
a la tercera, avergonzado de su miedo, siguió adelante repitiendo la hora y
oyendo el mismo aullido, hasta que cerca del caño encontró un perro, en quien
su voz hacía tal efecto que enseguida aullaba, gracia que le costó la vida,
porque el sereno, de coraje, lo atravesó con el chuzo
18.-
Leyenda del buey que reventó. Mezquita Catedral
Al púlpito catedralicio del lado del
Evangelio, en la Capilla Mayor de la Mezquita Catedral, y construido por el
escultor francés Juan Miguel Verdiguier, le nació una curiosa leyenda popular,
que terminó por alcanzar un arraigo indiscutible entre la población. Aún hoy es
relatada como curiosidad por los doctos o contada como verdad histórica por
personas desconocedoras de la realidad.
Dice la vetusta leyenda que la imagen
del toro del púlpito representa a un hermoso buey blanco que vivió en tiempos de
los musulmanes, cuando se estaba construyendo la mezquita, y que su poderosa
fuerza hizo que lo obligaran a acarrear todas las columnas que se trajeron aquí
para la obra. Fue tan enorme su esfuerzo, que al descargar la última columna
cayó al suelo reventado, quedando muerto en el acto.
El legendario relato también alcanza a
la imagen del águila del púlpito, que es considerada como un ave carroñera que
desciende de las alturas para apoderarse de las entrañas del noble animal
fallecido.
19.-
Leyenda del Horno de la Puerta de Baeza. Calle Agustín Moreno.
Varios jóvenes con fama de
pendencieros iban una noche por la calle del Sol cuando uno de ellos recordó
que en un horno cercano vendían unas tortas cuyo nombre solo excitó el apetito
de todos. Se encaminaban a aquel sitio, mas de pronto quedaron admirados al ver
una dama de arrogante figura que, saliendo de la calle de los Tintes, se
dirigía hacia el Panderete de las Brujas. Extraña era la hora y el sitio. Mas
uno de ellos, el más atrevido, se ofreció a acompañarla, bien solo o con sus
amigos, y aceptando la señora esta última proposición, siguieron con ella por
una porción de calles hasta llegar a una casa que al momento abrió sus puertas,
entrando todos a una habitación bien amueblada, si bien con el número de
sillones igual al de jóvenes. Ya aquí, la misteriosa dama les dijo que iba a
obsequiarlos, agradecida al favor dispensado, desapareciendo, dejándolos en la
creencia de que en breve sería su vuelta.
Pasó una hora y después
otra; la impaciencia empezó a surtir sus efectos, y juzgándose engañados
pasaron a otras habitaciones, y en una de ellas, en que había luz, encontraron
un catafalco y encima un cadáver. La sorpresa y el susto fue grande, y sin
embargo, registraron toda la casa sin hallar a la señora ni otra persona alguna
a quien preguntarle. Entonces salieron precipitadamente a la calle,
completándose su asombro al encontrarse cerca del horno, o sea, en el mismo
sitio en que empezó esta aventura, que consideraron un aviso del cielo para
enmendar sus extravíos.
20.-
Leyenda de los Comendadores de Córdoba. Barrio de Santa Marina.
La Leyenda de los Comendadores de Córdoba está basada
en un hecho histórico ocurrido en 1448 en nuestra ciudad. El protagonista de la
leyenda, Don Fernando Alfonso de Córdoba yace hoy sepultado en la Capilla de
San Antonio Abad de la Mezquita Catedral de Córdoba, habiendo fallecido en
Córdoba en 1478. Vivió en la Plaza de los Condes de Priego, frente a la iglesia
de Santa Marina.
Fernando
Alfonso de Córdoba era uno de los caballeros más relevantes de la ciudad.
Destacaba por sus enormes posesiones y su inmensa fortuna. Además, gozaba de la
amistad del rey Juan II de Castilla, padre de Isabel la Católica, lo cual le
proporcionaba una sólida y respetable posición en la corte castellana. Estaba
casado con Beatriz de Hinestrosa, dama muy joven y de extremada belleza. Amaba
a su esposa con igual apasionamiento que el día de su boda, y ella ejercía tal
predominio sobre él, que era capaz de trocar el carácter guerrero y agresivo de
su esposo, a poco que se lo propusiera, por otro más dulce, agradable y
cordial, convirtiéndole en un persuasivo y sagaz diplomático.
Beatriz
era envidiada por todas las mujeres de Córdoba a causa de su extraordinaria
hermosura y a causa del amor que le profesaba su marido, que era absoluto e
inquebrantable. Pero, sobre todo, la ilustre señora era muy tenida en cuenta a
causa de la vida lujosa y encumbrada que había alcanzado con su matrimonio. A
pesar de aquella regalada existencia, la pareja tan dichosa compartía una
frustración, y era la de no haber tenido hijos. Fernando Alfonso, desengañado
de brujos y doctores, pensó que tenía que confiar más en su amor y en la
naturaleza y, convencido de que estas causas naturales se incrementarían en su
palacio y en sus fincas de Córdoba, se resolvió a marcharse de la corte y
volver a su ciudad para no separarse de su esposa, y vivir su unión matrimonial
alejado de las perturbaciones políticas y cortesanas. El monarca castellano,
que lo tenía en gran estima, no quiso dejarlo marchar sin entregarle un regalo
que le sirviera como recuerdo de aquellos tiempos pasados junto a su rey. Se
trataba de un valiosísimo anillo, primorosamente trabajado, que se distinguía
por ser una verdadera obra de arte. El profundo amor que el caballero cordobés
dispensaba a su esposa se puso de manifiesto en esa ocasión, ya que le entregó
a ella el anillo que le había regalado el rey.
No
llevaban mucho tiempo en Córdoba cuando un día recibieron la visita de sus
primos, los comendadores Fernando Alfonso de Córdoba y Solier y Jorge de
Córdoba y Solier, ambos hermanos del obispo de Córdoba, Pedro de Córdoba y
Solier. Ambos visitantes eran caballeros de la orden de Calatrava y cada uno de
ellos era comendador en una localidad, siendo Fernando Alfonso comendador del
Moral y Jorge comendador de Cabeza del Buey.
Los
dos jóvenes comendadores de Calatrava eran tan apuestos y gallardos como
atractivos y cortesanos. Eran hermanos gemelos y había tanta semejanza entre
ellos que incluso su mismo padre se veía en la imposibilidad de distinguirlos.
Beatriz se apresuró a festejarlos y a dedicarles todas las atenciones que le
fuera posible, pues no deseaba regatear ningún agasajo a aquellos
destacadísimos familiares de su esposo. Así pues, las fiestas y banquetes en
honor de los calatravos se fueron sucediendo y en todo momento presidía tales
acontecimientos Beatriz.
Sin
poder evitar el efecto que la hermosa dama causaba en su alma, el comendador
Jorge, que no podía quitarle sus ojos de encima, se enamoró perdidamente de
ella y muy pronto el amor por ella pasó a ser una incontrolable pasión. Los
comendadores continuaron durante algún tiempo en la ciudad, y nada hacía pensar
en que Jorge tuviera ni siquiera la posibilidad de declararle sus sentimientos
a la bella mujer de su primo. Pero un acontecimiento totalmente imprevisto
modificó sustancialmente las circunstancias de los protagonistas de esta
historia.
Ocurrió
que el Ayuntamiento de Córdoba tuvo que hacer una importantísima petición al
rey y como la persona más idónea para acelerar la gestión era el caballero
Veinticuatro Fernando Alfonso de Córdoba, el Ayuntamiento aprobó por unanimidad
que sobre él recayera la responsabilidad de desplazarse a la corte y dar
cumplimiento a la solicitud municipal, transmitiéndosela personalmente al
soberano castellano. A Fernando Alfonso le desagradaba profundamente tener que
distanciarse de su esposa, pero no tuvo más remedio que cumplir con su encargo.
Partió, por lo tanto, muy entristecido, si bien confiando en el honor y la
lealtad de sus primos y de hecho, solicitó a los comendadores calatravos que
cuidaran de su esposa.
Las
gestiones cortesanas se fueron complicando y Fernando Alfonso se vio obligado a
retrasar su retorno a Córdoba. Lo único que aminoraba un poco la tristeza de la
separación de su esposa eran las cartas amorosas que esta le enviaba, pues eran
verdaderamente modélicas con respecto a la correspondencia que debe mediar
entre marido y mujer enamorados y bien avenidos.
Al
cabo de tres meses de ausencia, las epístolas de Beatriz comenzaron a ser menos
frecuentes y, al mismo tiempo Fernando Alfonso comenzó a recibir cartas de un
fiel criado suyo en las que se le conminaba a regresar lo antes posible.
Mientras permanecía en la corte, el caballero Veinticuatro recibió un día la
visita del comendador Jorge, que venía desde Córdoba para solicitar una
audiencia a Juan II. Los dos parientes hablaron encomiásticamente de Beatriz,
alegrándose su marido de poseer tan buenas noticias sobre su mujer y de que los
comendadores la tuvieran en tanta estima. Marchó Jorge a enrevistarse con el
rey y después, regresó rápidamente a Córdoba.
Mientras
tanto Fernando Alfonso recibió una orden del monarca por la cual le requería
que se presentara ante él con la mayor urgencia. Una vez en su presencia, el
rey le habló visiblemente enojado, y al preguntarle el caballero cordobés por
el motivo, el rey le indicó que no se había comportado como un buen vasallo, ya
que le había importado muy poco el anillo que le había regalado, pues se lo
había dado a su primo Jorge. El veinticuatro dijo al rey que no sabía a lo que éste
se refería y el rey le contestó que acababa de ver puesto en un dedo de su mano
derecha el anillo que él mismo había regalado a Fernando Alfonso al despedirse
de él. El caballero cordobés se puso lívido. De repente comprendió todo el
bochorno que había caído sobre él. Se sintió invadido por la ira y un
irrefrenable sentimiento de odio y de venganza le abrasó el corazón. Solo pudo
medio articular algunas palabras para decir que consideraba que guardar su
anillo era lo mismo que guardar su honra, y que si había perdido la joya es que
también había perdido el honor. Una vez dicho esto hincó su rodilla en tierra y
solicitó al monarca permiso para poder recuperar ambas cosas, anillo y honor.
El rey Juan entendió que algo grave le ocurría al digno caballero y le concedió
licencia para regresar a su ciudad.
(Iglesia
de Santa Marina, frente a la que se alzaba la casona del caballero Veinticuatro
Fernando Alfonso, en la Plaza de los Condes de Priego).
A
lomos de su caballo, y sin tomarse más descansos que los necesarios para que su
cabalgadura pudiera continuar, el ofendido caballero veinticuatro llegó a su
casona de Córdoba, que se alzaba frente a la iglesia de Santa Marina, pues nada
deseaba tanto como hallarse ante su hogar. Beatriz salió a su encuentro y se
mostró más enamorada y encantadora que nunca, tanto, que Fernando Alfonso llegó
a dudar de que la afrenta fuera cierta. Por ello decidió aguardar y comprobar
si se había cometido contra él alguna villanía. El aspecto de la morada del
caballero era digno y satisfactorio y se oían risas y canciones. Fernando
Alfonso casi llegó a convencerse de que su mujer era inocente e incapaz de
ninguna traición.
Al
amanecer salió al jardín, donde le esperaba su fiel criado Rodrigo, y este le
informó de la horrible verdad, que Beatriz y Jorge eran amantes y que en
infinitas ocasiones habían mancillado el hogar y el lecho conyugal del veinticuatro
de Córdoba. Lleno este entonces de furia y de deseo de venganza, juró que
vengaría su ofensa. Aquella misma noche organizó una partida de caza con el fin
de probar a sus primos, los comendadores calatravos. Tal y como él esperaba,
ninguno de los dos quisieron formar parte de la expedición cinegética, con el
pretexto de que tenían asuntos urgentes pendientes en la ciudad. Entonces
Fernando Alfonso simuló ir solo a la partida de caza, dejándoles a ellos en
libertad de obrar como quisieran.
En
cuanto el caballero veinticuatro partió de cacería, se reunieron en uno de los
salones Beatriz y una prima suya con la que compartía secretos y pecados, y con
las damas se hallaron también los caballeros calatravos: Jorge, amante de la
señora de la casa, y Fernando Alfonso, amante de la prima. Cenaron los cuatro y
bailaron al son de un laúd, tañido con maestría por los jóvenes y alocados
comendadores. Mientras tanto, el veinticuatro se deslizaba sigilosamente por el
jardín y se dedicó a espiar a los culpables y a esperar el momento propicio
para vengarse. Cuando las dos parejas de amantes dieron por terminada su alegre
reunión, amabas parejas se retiraron a sendos aposentos de la casa. Ése era el
momento que aguardaba el ofendido esposo de Beatriz. Con la velocidad de un
rayo entró en el cuarto donde se hallaban su esposa y el comendador Jorge.
Apuñaló primero a su esposa con una daga y después, con su espada, mató al
comendador, que ya corría en busca de la suya. Seguidamente, entró Fernando
Alfonso en la habitación de su otro primo y los mató a él y a la prima de su ya
fallecida esposa.
Las
ramificaciones de esta leyenda son espantosas, ya que hay autores que aseguran
que no pararon aquí las muertes, y que el caballero veinticuatro mató a cuantas
personas se encontraban en su casa y conocían su deshonra. Cuando Fernando
Alfonso hubo cumplido su venganza, despareció en la oscura noche, seguido de su
leal criado Rodrigo, para tratar de dar olvido a su tremenda desgracia,
ocultándose en algún lugar lejano.
Los
hechos demuestran que el rey tuvo enseguida conocimiento de lo sucedido y que,
a petición de la ciudad de Antequera, en cuyo cerco se distinguió valientemente
el caballero Veinticuatro cordobés, se le concedió un indulto real en 1449 y a
él se acogió el inmisericorde verdugo de su esposa y de sus desleales
parientes. Según parece, jamás volvió a aparecer por la corte.
Existe
en la literatura española una obra de gran alcance, debida a la pluma de Lope
de Vega y que es considerada como "comedia famosa". Su título es Los comendadores de Córdoba u honor
desagraviado. El argumento del drama escrito por Lope de Vega no presenta
diferencias trascendentales con la leyenda que le dio origen.
21.- Leyenda de una recogida
camino hacia Montoro
Hace al menos unos 60 años, un hombre natural de Montoro
venía con su burro de trabajar del campo. Poco después de comenzar su viaje de
regreso se encontró con otro hombre que iba andando. El dueño del burro le
preguntó que para dónde iba y al decirle que se dirigía para el pueblo le
ofreció que se subiera con él en el burro.
Poco antes de llegar aMontoro, en un lugar llamado La Cortaúra el dueño del burro notó cómo
el hombre que llevaba atrás pesaba más y le estaba hincando cada vez más las
uñas. En el momento en que el dolor de las uñas en su espalda se hacía
insoportable, este rodeó la cabeza para decirle que no le apretara tanto. En
este momento se percató de que la persona que recogió por el camino no era la
misma que estaba en esos momentos en su burro. Este individuo tenía unos
dientes enormes y de un color verdoso, sus uñas medían al menos 12 cm. y sus
ojos eran completamente rojos, como si estuvieran ardiendo.
El dueño del burro saltó de él y salió corriendo
desbocadamente hacia el pueblo. Estando allí empezó a pedir socorro por todos
los bares del barrio. La gente allí presente lo ignoraba, puesto que ese hombre
tenía fama de bebedor. Después de un par de minutos corriendo y gritando
palabras imposibles de descifrar cayó redondo al suelo Dos hombres que estaban
presenciando el acto corrieron a socorrerlo y se percataron de que estaba
sangrando por la espalda. La impresión fue mayor cuando observaron que las
marcas que el hombre tenía en la espalda no podía habérselas hecho ningún ser
conocido hasta ahora.
Pocos días después de lo sucedido, cuando ya estaba
recuperado, volvió a contarlo pero los habitantes del pueblo seguían sin
creerlo. Un mes después este falleció por causas desconocidas, aunque otras
versiones de la leyenda dicen que desapareció y no se le volvió a ver más.
22.- Leyenda del origen de la
Virgen de las Angustias
Cuenta la historia que un
día un borriquillo llegó a la ciudad y entró en el patio del Convento de San
Pablo, ante el descuido del hermano portero. Este, al encontrarlo, lo sacó de
vuelta a la calle. El borriquillo, entonces, se dirigió a la iglesia de San
Agustín. Los hermanos al verlo pensaron que pudiera estar perdido y decidieron
darle albergue hasta que vinieran a reclamarlo. Le quitaron la pesada carga que
llevaba y al abrirla, descubrieron maravillados una bella talla de la Virgen.
Cuando la noticia corrió por la ciudad, los dominicos la reclamaron como suya,
pues el borrico fue a su convento en primer lugar, a lo que los agustinos
respondieron que, puesto que ellos recogieron al borrico y los otros no, la
talla era suya. Finalmente, presentado el caso ante la justicia, los agustinos
pudieron quedarse con la imagen, a condición de que si por algún motivo la
Virgen entraba en San Pablo, no volvería a salir de allí.
(Virgen de las Angustias,
hoy en la iglesia de San Pablo)
23.- Leyendas del Convento de
Santa Isabel de los Ángeles
Entre su patrimonio se
cuenta que existe un imagen del Niño Jesús que antaño tuvo fama de milagroso:
aquella persona justa que realizara su petición ante él, recibía una sonrisa en
señal de asentimiento.
También es más o menos
milagrosa la aparición de la Cabeza de Jesús Crucificado. Según la leyenda, un
marinero vio algo flotando a la deriva. Curioso, se acercó y lo recogió. Una
vez hubo quitado los peces, descubrió la escultura, que trajo a Córdoba para
ser donada a este convento.
Una de las hermanas de la
comunidad, llamada Sor Magdalena de la Cruz, tuvo fama de santa por los muchos
milagros que se le atribuían, como es ver una procesión a través de los muros
de la celda en que la enfermedad la mantenía encerrada. Se cuenta que el rey
mandaba sus reliquias para que se las bendijera esta hermana. Sin embargo, nada
tenía de bendita, o así lo afirmaron dos monjas que vieron entrar una noche a
un joven apuesto en la habitación de la santa, y le oyeron decir: "¿Así me
tratas, cuando te he dado todo cuanto has pedido?". Con ello, no les quedó
duda de que todos los prodigios procedían del demonio y no de Dios. La
denunciaron al tribunal de la Inquisición y, tras días de tortura, acabó
confesando sus tratos con el diablo. Debido al arrepentimiento que mostró, la
sentenciaron a vivir el resto de su vida en un convento fuera de Córdoba, donde
cada día debía postrarse en el suelo y servir de alfombra a sus hermanas, a fin
de mostrar cuán indigna era.
También se cuenta la
historia de dos hermanos huérfanos. La muchacha se enamoró de un joven. La
relación no era posible, pues el joven era de clase inferior a ella, de modo
que al enterarse su hermano, prohibió la relación. Mas la joven no atendía a
razones, por lo que su hermano la encerró en el convento para impedir que se
vieran. Fue inútil: no sé sabe cómo, los amantes consiguieron verse y trazaron
un plan de fuga. La noche indicada, la joven huyó del convento junto a su
amado. Enterado el hermano por un amigo, salió tras ellos, logrando
alcanzarlos. A ella, sin mediar palabra, la mató allí mismo. A él, en cambio lo
desarmó, y cuando el joven se disponía recibir la muerte, vio con sorpresa como
el caballero daba media vuelta. Ante semejante gesto, no pudo menos que
preguntar el por qué, a lo que el otro contestó: “Tú no has manchado mi honra”.
24. Milagro del panecillo
bendito. Calle de la Palma.
Varias son las leyendas que atribuyen hechos
milagrosos a la imagen de San Nicolás Tolentino. Entre ellas, la más curiosa
es, quizá, la del panecillo bendito.
Contaban que a principios del siglo XVII, una mujer devota llevó a la imagen
unos panecillos para que fueran bendecidos. Poco después, su marido la invitó a
dar un paseo. Ella le había sido infiel, y le acometió la sospecha de que
intentaría atacarla. Por ello, se encomendó al santo y puso uno de los
panecillos en su pecho.
Efectivamente, el hombre conocía la existencia del
amante, y en su invitación ocultaba la intención de matarla. Llegados a la
calle de la Palma, comenzaron a discutir y el marido sacó un puñal y se lo
clavó. Acto seguido, salió corriendo y nunca más supieron de él.
Algunos vecinos acudieron al alboroto, y al hallarla
tendida en el suelo, la creyeron muerta. Sin embargo, la mujer volvió en sí y
comprobaron que el puñal se había clavado justo donde llevaba el panecillo
bendecido por el santo.
25.- La Piedra
del Cid. Monturque
Conocida como Piedra del Cid y Peña del
Cid, se debe su nombre a una leyenda acerca de una victoria que alcanzó
el Cid Campeador al frente de las tropas del rey sevillano Al Mutamid, sobre el
año 1079 contra las tropas del rey de Granada dentro de la Cora (división territorial en que se dividía
Al-Ándalus durante el emirato y el califato de Córdoba) de Cabra, lugar
exacto donde se dice que acabaron con la firma de un acuerdo.
Esta roca se situaba en Cid Toledo
(Monturque) en la carretera de Málaga con dirección a Aguilar de la Frontera,
aunque parece que en la actualidad ha desaparecido debido a las obras de la
autovía a Málaga.
26.-
Leyenda del Cautivo. Mezquita Catedral.tL
La leyenda transcurre en tiempo de la
Córdoba árabe. Había un cristiano que trabajaba en una huerta cercana a
Córdoba. Este joven se enamoró de una bella joven árabe que iba a comprarle
flores y frutas y le pidió que se casara con él. Ella aceptó y le prometió
convertirse al cristianismo. La joven tenía un hermano con gran influencia en
la corte y la noche en que se encaminaban al bautismo de esta, le salieron al
paso unos esbirros del hermano, mataron a la joven y tiraron su cuerpo al río.
Dicen que el cuerpo iba sobre el agua alejándose de Córdoba y que brillaba como
rodeado de estrellas.
Al joven lo cautivaron y lo ataron con
cadenas a una de las columnas de la Mezquita, expuesto a los desprecios de la
gente. Se consolaba rasgando con la uña una cruz en el mármol. Cuando los
árabes se dieron cuenta de que la cruz que había grabado no se podía borrar,
ahorcaron al cautivo en uno de los arcos, y tiraron su cuerpo al Guadalquivir,
por el que navegó muy rápido para alcanzar a su prometida y llegar con ella a
las puertas del Paraíso
En el siglo XVIII se colocó una
barandilla de hierro alrededor de la columna. Como a la altura de la cintura,
tiene una reja que resguarda la cruz, y sobre ella hay grabada esta leyenda:
Este es el Santo Cristo que hizo el cautivo
con la uña
En el muro que está junto
a la columna, alguien puso un grabado que representa a un cautivo de rodillas y
con los pies encadenados, y junto a él estos versos:
El cautivo con gran fe
en aqueste duro mármol,
con la uña señaló
a Cristo crucificado,
siendo esta Iglesia mezquita
El cautivo con gran fe
en aqueste duro mármol,
con la uña señaló
a Cristo crucificado,
siendo esta Iglesia mezquita
donde lo martirizaron.martirizaron"
27.- Leyenda de la casa del duende.
Calle Almonas.
Esta
leyenda se sitúa en la calle Almonas. Los ancianos de aquellos alrededores, en
su sencilla y entonces muy común credulidad, contaban que en el siglo XVI moraba
en esta casa una señora muy hermosa y rica, a quien un hermano tenía gran
envidia por haber sido mejorada en el testamento de sus padres. Quiso primero
convencerla de que las particiones fuesen iguales, y no consiguiéndolo,
concibió el criminal propósito de asesinarla con el mayor sigilo y heredar él
todo, ya que no le daba la parte apetecida.
A
la vez había en la casa un duende, ser humano condenado por la Providencia a
vivir penando mientras el mundo exista, por el inaudito crimen de haber
abofeteado al autor de sus días, anciano indefenso, que en su educación había
invertido gran parte de su fortuna. Este duende, llamado Martín -nombre obligado
de todos los de su gremio- se enamoró hasta el delirio de aquella dama, la que
no podía menos de sentir repugnancia al ver tan espantosa figura, pues además
de medir poco más de media vara eran todas sus facciones tan exageradas, que
infundía espanto a los pocos que llegaron a verlo. Mas así y todo, el duende evitó
siempre que el hermano consumase sus criminales intentos.
Por
otro lado, la señora, no queriendo sufrir las persecuciones de Martín, buscó
casa para mudarse y arrendar la suya. Súpolo él y, presentándose, le rogó no lo
abandonara, ya que no podía seguirla. La enteró del peligro que la amenazaba,
le ponderó lo mucho que la había servido y todo fue inútil. A los pocos días la
hermosa joven vivía ya con su doncella cerca del colegio de San Roque, quedando
cerrada la casa, que nadie quería por temor al duende, que gozaba de gran fama
en todos aquellos alrededores.
Llegó
la Nochebuena, y la señora fue a los maitines a la Catedral, donde la vio el
hermano, que saliéndose la esperó en la esquina de la Judería, en la que al
pasar le dio tal puñalada en el corazón que la dejó muerta, sin que nadie se
apercibiese de ser el autor de tan horrendo crimen. Presentose después,
fingiendo el más sincero quebranto, y todo quedó en el silencio, y dueño él de
todos los bienes que ella poseía.
Pasaron
dos o tres años, y considerando que la casa de la calle de Almonas nada le
rentaba por la fama del duende, en quien él no creía, determinó habitarla,
mudándose a ella tan tranquilo, porque ni el menor ruido turbaba su aparente
sosiego. Una noche despertó muy fatigoso, se echó mano al cuello, sintió una
soga e iba a arrojarse al suelo para encender luz cuando tiraron de él, y sin
poderse valer, se encontró colgado de una viga, pagando bien pronto el crimen
cometido.
Aquel
día y los dos o tres siguientes permaneció la casa cerrada, y extrañándolo los
vecinos dieron parte al corregidor, quien hizo hundir la puerta, y encontraron
el cadáver colgado de una viga, llamando aún más la atención de todos un
hombrecillo de horrible aspecto que, dirigiéndose a la autoridad, le dijo con
voz bronca y descompuesta: "Podéis dar sepultura en sagrado a este
cadáver, porque no ha sido él quien ha puesto fin a su vida; lo ha hecho la
Divina Providencia en castigo de ser el asesino de su hermana, y ya que la
justicia de la tierra dejó impune su delito, la del cielo ha querido castigarlo
por mi conducto". Al mismo tiempo desapareció, dejando a todos
sorprendidos y logrando que la fama de este suceso llegue hasta nosotros.
28.- El Campo de la Verdad.
En
el origen de este nombre hay una leyenda con cierta base histórica. Corría el
año 1368 y Córdoba, cristiana desde 132 años antes, estaba sitiada por las
fuerzas de Pedro el Cruel, aliado por conveniencia con el rey moro de Granada.
La
ciudad había tomado partido por Enrique, el hermano del rey Pedro, y este se
disponía a castigarla. Los ejércitos castellano y granadino habían acampado en
la cuesta de Los Visos, desde donde se domina una amplia panorámica de Córdoba,
y una avanzada del rey moro había logrado cruzar el río y tomar el Alcázar.
Los
cordobeses encomendaron la defensa de la ciudad a Alonso de Córdoba y lograron
expulsar del Alcázar a los soldados granadinos. Ya se disponían a presentar
batalla al rey cuando, al pasar por la calle hoy llamada Torrijos, la madre de
Alonso de Córdoba le dijo que circulaban rumores de que pensaba entregar la
ciudad al rey llamado el Cruel.
El
valiente caballero, señalando el campo situado tras la Torre de la Calahorra,
respondió: “Ahí tenemos el campo donde se verá la verdad”. Seguido por multitud
de ciudadanos, Alonso de Córdoba logró ahuyentar el peligro y corroboró su
lealtad al rey Enrique III.
29.- La Cruz del Rastro
Cuentan
que Córdoba en el año 1473 se debatía en guerras civiles entre los distintos
bandos de la nobleza o entre algunos de estos y el propio poder real; y el odio
a los judíos iba creciendo, preparando el camino de la expulsión definitiva en
1492. Se había fundado poco antes, en el franciscano convento de San Pedro el
Real –hoy Parroquia de San Francisco- la Hermandad de la Caridad, que solo
aceptaba a cristianos viejos, por lo que era muy importante para todos los
cristianos.
En
1473 celebraba esta hermandad una procesión y al llegar a la Herrería –nombre
que recibía uno de los tramos de la calle Cardenal González, hoy Corregidor
Luis de la Cerda- una niña dejó caer desde la ventana de la casa de un converso
(judío que se convertía en cristiano) un lebrillo lleno de aguas residuales
sobre una enjoyada imagen de la Virgen. Aunque arrojar a la vía pública los desperdicios
era una práctica muy habitual en la Córdoba de entonces, no se investigó si el
hecho había sido accidental o intencionado, pero bastó para que los cristianos
viejos lo convirtieran en una declaración de guerra contra los hebreos que, en
buen número, todavía habitaban la ciudad. Dirigió la revuelta un fanático
herrero del barrio de San Lorenzo y, tras varios días de pillaje, saqueos y
asesinatos, el alcalde mayor se dirigió con algunas de sus fuerzas acabando con
los sublevados, que se habían hecho fuertes en varias zonas de la ciudad y,
sobre todo, en el Rastro. Para recordar a todos los que perdieron su vida en
este lugar, se colocó la Cruz del Rastro al bajar la llamada por todos los
cordobeses calle de la Feria, cuyo nombre oficial es San Fernando, en el punto
en que cruza con La Ribera.
30.- La posada del Potro
Cuentan
que un posadero, en tiempos del rey Pedro I, alojaba a los huéspedes
importantes en una habitación de la posada alejada del resto de las estancias,
con el pretexto de evitarles molestias y que, pasando por Córdoba un capitán
que se dirigía a Sevilla, se alojó en dicha posada. Cuando este capitán se
retiraba para dormir, guiado por el posadero, una misteriosa dama, a quien
apenas pudo ver, le aconsejó que no durmiera.
El
militar permaneció despierto, meditando acerca del aviso de la bella joven que
parecía hija del mesonero, aunque sus finos modales lo desmentían. La noche era
fea, el viento y el agua azotaban las ventanas hasta que lograron abrirlas;
había truenos y relámpagos y la única luz que había se apagó. Le parecía ver
mil fantasmas y oyó como si abrieran una puertecilla. Entonces se retiró a un
rincón y sacó su espada. No oía nada, pero sus ojos se dirigían a todos los
rincones por si a la luz de los relámpagos lograba divisar algo. Por fin, bajo
el lecho vio la figura del mesonero que asomaba por una trampa del suelo,
observándolo y esperando para ver si estaba dormido.
Furioso,
se arrojó por una ventana al corralillo. Allí, casualmente, estaba la muchacha
que le había advertido; lo empujó fuera del mesón y le dijo que fuera a Sevilla
y le contara al rey lo que allí pasaba. A los cinco días fue recibido por Pedro
I en el Alcázar y este le prometió averiguar lo que ocurría, jurándole que, si
descubría algún delito, el mesonero sería ejemplo para los de su clase. Cuando
el rey llegó al mesón, mandó recorrerlo todo ante el espanto del mesonero.
Hallaron la trampa bajo el lecho en el que alojaba a los viajeros ricos y
encontraron a la joven que pedía venganza. Desenterraron multitud de cadáveres
y encontraron numerosas alhajas y ropas robadas a los desgraciados huéspedes.
De uno de ellos era hija la joven que se interesó por el capitán.
El
rey, actuando con gran furia, agarró al mesonero del cuello y lo hizo salir a
mitad de la plaza. Ordenó a unos verdugos que le ataran las manos a la reja de
la posada y amarraran dos potros a los pies del hombre. Después azotaron a los
caballos para que galoparan y lo despedazaran. Un grito de horror surgió de la
gente, pero el rey amenazó con hacer lo mismo al que pronunciase una palabra.
Momentos
después, los brazos del hombre colgaban de las rejas y los caballos arrastraban
el cuerpo por las calles cercanas. Don Pedro entregó al capitán como esposa a
la bella joven, con todas las riquezas que allí se encontraban, y prometió al
Corregidor que, si tenía que volver allí para administrar justicia, le haría a
él lo mismo que mandó hacer con el mesonero.
31.- Leyenda de San Rafael, Custodio de
Córdoba
Dispuestas
por toda la ciudad se encuentran numerosas estatuas dedicadas al arcángel San
Rafael, conocidas también con el nombre de triunfos.
En las cercanías del puente romano o puente
viejo se erige una de gran envergadura y, en el centro del mismo, otra más
pequeña, pero de gran fervor popular. Cuenta la leyenda que el arcángel San
Rafael se apareció al padre Roelas, sacerdote que vivió en el siglo XVI y que
se caracterizaba por su fe y actos caritativos. Cuando ocurrió la aparición del
santo, el padre Roelas tenía alrededor de 50 años y vivía cerca de la iglesia
que hoy se conoce como de San Rafael. Se encontraba enfermo, al parecer de una
grave enfermedad. Por ello, decidió encomendarse a los mártires de Córdoba para
pedir por su curación. Una noche oyó una voz que le decía: “Sal al campo y
sanarás”. Estando en el campo, fatigado, se encontró con unos caballeros que le
encomendaron que hablara con el obispo y le dijera que unos huesos encontrados
en la iglesia de San Pedro eran de los mártires de Córdoba. Así lo hizo y, poco
después, su salud comenzó a mejorar.
(Estatua de San Rafael, en el Puente romano)
Otro
día, mientras estaba en su habitación, se le apareció un gallardo joven,
vestido de blanco, que le hizo revelaciones sobre temas religiosos. Él lo
escuchaba con detenimiento y, por último, en la noche del 7 de mayo de 1578, le
juró por Jesucristo que él sería el custodio de esta ciudad de Córdoba. Consultó
el caso con dos padres de la Compañía de Jesús y con varias autoridades
eclesiásticas y todos creyeron en la veracidad de sus palabras. Estas
apariciones de San Rafael se reflejaron en varios libros; por eso aumentó la
devoción por el arcángel y, siempre que la ciudad estuvo en apuros, se le
invocó y el peligro terminó desapareciendo.
Por
todo ello, San Rafael es venerado como custodio y copatrono de la ciudad de
Córdoba (los patronos son San Acisclo y Santa Victoria) y, desde este siglo, se
realizan fiestas en su honor.
32.- Leyenda de los siete infantes de
Lara o de Salas. Calle Cabezas.
De
la plazuela del Portillo arranca la tortuosa y sombría calle de las Cabezas.
Tiene dos callejas o barreras, una al lado derecho, llamado del Horno de
Guiral, porque fue la casa de los señores de este apellido, y otra enfrente
conocida en lo antiguo por la de Dª Muña, señora perteneciente a la familia de
los marqueses de El Carpio, a los cuales perteneció la casa nº 3. Es tradición
que en ella vivió Gonzalo Gustios o Gustioz, padre de los siete Infantes de
Lara.
La leyenda podría recoger un antiguo cantar de gesta compuesto hacia el año 990
en el transcurso de las bodas entre Doña Lambra —natural de Bureba— y Rodrigo
Velázquez de Lara, más conocido como Ruy Velázquez o Roy Blásquez —hermano de Doña
Sancha, madre de los infantes—, acontecimiento celebrado en Burgos al que
acudieron como invitados los siete Infantes de Lara. Entre los festejos, tuvo
lugar un torneo, en el que la novia deseaba
ver como ganador a su primo Álvar Sánchez. Le tocó luchar contra Gonzalo
González, el menor de los Lara. Y Álvar fue derribado.
Más
adelante Gonzalo González es visto por Doña Lambra mientras se baña en paños
menores, suceso que Doña Lambra, al considerarlo como una provocación sexual a
propósito, interpreta como una grave ofensa. Doña Lambra, aprovechando este
lance para vengar la muerte de su primo Álvar Sánchez, que no ha sido
satisfecha aún, responde con otra afrenta al ordenar a su criado arrojar y
manchar a Gonzalo González con un pepino relleno de sangre, ante la risa
burlesca de sus hermanos. Gonzalo reacciona matando al criado de Doña Lambra,
que había ido a refugiarse bajo la protección del manto de su señora, que queda
asimismo salpicado de sangre.
Estos
sucesos provocan la sed de venganza de Doña Lambra. Por ello, su marido, Ruy
Velázquez, urde un plan por el que Gonzalo Gustios, señor del enclave de Salas,
es enviado a Almanzor con una carta cuyo contenido indica que sea matado el
portador de la misiva. El padre de los infantes desconoce el contenido de la
carta porque está escrita en árabe. Almanzor se apiada de Gonzalo Gustios y se
limita a retenerlo preso, pues considera excesivo el sufrimiento de su cautivo,
que es aliviado por una hermana
del propio Almanzor.
Los
siete hermanos de Lara habían sido dirigidos hacia una emboscada ante tropas
musulmanas en la que, a pesar de su valía guerrera, son decapitados y sus
cabezas remitidas a Córdoba. Allí serán contempladas dolorosamente por su padre
en uno de los plantos (llantos
dolorosos) más emotivos de toda la épica castellana.
(Almanzor
muestra las cabezas de los siete infantes a su padre. Grabado de Otto Venius, siglo XVII).
En
la prosificación del cantar, Gonzalo Gustios finalmente es liberado. Justo
antes de partir, la hermana de Almanzor le comunica que está embarazada de él.
Gonzalo Gustios ve aquí una posible vía para vengarse de Ruy Velázquez, así que
toma un anillo y lo rompe en dos pedazos, dándole una parte a ella y quedándose
él con la otra mitad. Mudarra recibe este medio anillo como herencia, siendo
posteriormente reconocido por su padre Gonzalo al juntar las dos partes y ver
que encajan perfectamente. Este hijo bastardo se encargará de llevar a cabo la
venganza de la muerte de sus hermanos, los siete Infantes de Lara.
Según
la leyenda, en la casa nº 3 de la calle de las Cabezas aquellas fueron
presentadas a Gonzalo Gustios en una bandeja, para satisfacer uno de los
caprichos de la favorita de Almanzor. Entre las casas nº 10 y 12 hay una
estrecha calleja cerrada al público mediante una reja, conocida como la calle
de los Arquillos, porque en sus siete arcos estuvieron colgadas las cabezas de
los infantes.´
Ángel
de Saavedra, Duque de Rivas, importante escritor del Romanticismo (primera
mitad del siglo XIX) escribió en 1834 un famoso poema narrativo sobre esta
leyenda, titulado El moro expósito,
que se considera una de las primeras muestras del Romanticismo en nuestro país.
33.- Leyenda de los hermanos Bañuelos.
Plaza Mármol de Bañuelos.
La
plaza de Mármol de Bañuelos, donde confluyen las calles de la Plata y Diego de
León, debe su nombre a un trozo de columna, hoy desaparecido, donde según la
tradición fueron martirizados muchos cristianos en tiempos de la persecución
romana, y que ocupaba un rincón de la fachada del palacio de los Bañuelos.
Parece ser que esta familia llegó a Córdoba en tiempos de la conquista de
Fernando III procedente de Burgos. A principios del siglo XVIII, tres
descendientes de esta dinastía llamados Fernando, Alfonso y Elvira, habían
quedado huérfanos muy jóvenes. El mayor, muy orgulloso de sus orígenes, no
admitía los amoríos de su hermana con don Juan de Vargas, apuesto joven de
familia de escasos recursos. Puso a su hermana en el dilema de elegir entre el
pretendiente que a él le interesaba o entrar en un convento. Ella eligió la
segunda opción e ingresó en el convento de Santa Inés, aunque siguió enviando
cartas a su amado, que el sacristán del monasterio hacía llegar a este.
Una
noche de enero, Elvira planeó su fuga del convento, saltando por una de las
tapias. Su amante, que la esperaba, fue traicionado por alguno de sus sirvientes
y los dos hermanos de la joven acudieron al convento. Lucharon, el novio mató a
Alfonso y Fernando se llevó a Elvira, pensando desde ese momento solo en vengar
a su hermano.
Semanas
después, el amante de la muchacha se presentó en la casa para pedir su mano,
pero vio con horror que Fernando la mantenía muerta en una habitación. Ambos
lucharon, Fernando dio por muerto a su rival y enterró a la desgraciada Elvira
en el cementerio de la iglesia de San Miguel. Un año después, Fernando acudió
al camposanto a visitar la tumba de su hermana e inesperadamente se encontró
con el joven amante, que no había muerto y, ante la tumba de Elvira, mató a
Fernando.
34.- Leyenda de la Cruz de Juárez.
Aunque
entre las leyendas abundan las que castigan la infidelidad femenina, aquí
veréis una en la que es la del marido la que termina siendo castigada.
A
mediados del siglo XVI Antón de Juárez, un hombre rico y poderoso, cuya
apariencia virtuosa ocultaba un carácter orgulloso, tenía un compadre con el
que había amasado su fortuna en negocios no muy claros. La esposa de Juárez,
muy enamorada de su marido, tenía una grave enfermedad, por lo que su aspecto
físico estaba muy desmejorado. Por ello, su marido le fue infiel con una de sus
criadas y llegó a tomar la decisión de darle muerte cuando le llegase la
ocasión propicia, lo que ocurrió poco después. Con ocasión de pasar unos días
en el campo, toda la familia y servidores de Juárez fueron a una casa cerca de
la actual Cruz de Juárez. Un día, al señor se le ocurrió ir de cacería, por lo
que anunció su ausencia durante varios días, en compañía de su compadre.
Una
noche tormentosa, una sombra embozada entró en la casa. La esposa dormía con
placidez, cuando el visitante, que era su marido, le tapó la boca y le hundió
una daga en el sexo, pensando que todos achacarían la muerte a su grave
enfermedad. Justo cuando el asesino escapaba con su caballo, cayó un rayo, que
provocó un incendio en la casa. Los que acudieron a apagar el fuego se
encontraron con el cadáver. Avisado el marido, regresó a toda prisa dando
grandes muestras de dolor. Dos años después, se casaría con la mujer con la que
llevaba tiempo manteniendo relaciones.
Diez
años más tarde, falleció otro miembro de la familia, por lo que hubo que
enterrarlo en el mismo panteón de un convento donde reposaba la mujer. Al abrir
el ataúd para moverlo, vieron junto a los huesos la hoja de una daga. Todos los
presentes, entre los cuales no estaba Juárez, empezaron a discutir y decidieron
poner el hecho en conocimiento de la Justicia, que se presentó en casa del
único sospechoso, Antón de Juárez, el cual fingió una enfermedad. Su casa
permanecía vigilada y, para acabar con el acoso, Juárez hizo llamar a un
franciscano para que le diera los últimos sacramentos. Así, disfrazado de
fraile, huyó con su compadre.
Al
llegar donde hoy está la cruz, ambos discutieron sobre quién de los dos se
quedaba con el dinero y el oro que habían escondido en un cofre, muy cerca de
donde se produjo el asesinato. Una pelea en la que el compadre asestó una
puñalada en el pecho a Juárez, cubriendo su cabeza con la capucha.
Poco
tardó en descubrirse quién era el muerto. Mientras, su compadre llegó a un
pueblo de Extremadura, donde levantó sospechas, fue arrestado y llevado a
Córdoba, donde confesó su crimen y contó toda la verdad de la historia. Fue
condenado a ser decapitado en un cadalso situado donde hoy está la cruz, que se
levantó como recuerdo de las tres muertes.
35.- El crimen de la procesión del
Corpus. Plaza de la Magdalena.
En
las proximidades del templo de la Magdalena, en la plaza del mismo nombre, tuvo
lugar un crimen cometido ante una procesión del Corpus Christi, a mediados del
siglo XV. Discurría dicha procesión, organizada por la Hermandad del Santísimo
Sacramento radicada en la parroquia, cuando un arrogante noble, vecino de Santa
Marina, llamado Luis Fernández de Córdoba, quiso ocupar un puesto preferente en
la piadosa comitiva, privando de su lugar a un cofrade que era campesino y
plebeyo. Este se negó a dejarle el sitio, alegando que ante Dios no hay clases
sociales, pero el aristócrata, lleno de ira, asestó una puñalada al campesino,
que cayó muerto a los pies del sacerdote que llevaba la custodia. Fernández de
Córdoba fue arrestado y encerrado en la cercana torre de los Donceles.
Un
año después, aún estaba pendiente el juicio cuando salió de la parroquia otra
procesión, esta vez con el viático para llevarlo a un vecino enfermo. La viuda
del campesino asesinado también estaba allí, y el aristócrata se asomó entre
dos almenas para ver la procesión, cuando vino a caer muerto ante el Santísimo
Sacramento. Todos vieron en ello un castigo del cielo a su injusto proceder.
36.- Leyenda del médico Pero Mato.
Pero
Mato vivía en una casa situada en la cuesta que hoy recibe su nombre, cerca de
la plaza de Jerónimo Páez. Era un médico prestigioso, felizmente casado con una
dama noble. En las ausencias del marido, esta empezó a saludar a través de las
terrazas a un vecino. Una criada hacía de cómplice celestinesco de este amor.
Se produjo finalmente el adulterio, pero se mantuvo en secreto, hasta que una
imprudencia de la esposa ocasionó su desgracia. Cierto día, por asuntos de la
casa, castigó duramente a su criada. Cuando llegó el doctor, esta le contó la
infidelidad de su esposa.
La
sorpresa del marido aumentó cuando comprobó que, aprovechando un descuido suyo,
su esposa había huido, refugiándose en el convento de las Recogidas, donde
llegaban las rameras, que se encontraba en la calle hoy llamada Encarnación
Agustina.
Estos
hechos generaron un gran escándalo en la ciudad. El médico no sabía qué hacer.
Hasta el obispo habló con él para que perdonara a su esposa y volviera a
recibirla en su casa. Así lo hizo Pero Mato, comprometiéndose a no herirla con
arma alguna.
Se
cuenta que el médico huyó a Sevilla y que luego regresó a Córdoba, donde fue
detenido y llevado a prisión en África.
37.- La torre Malmuerta.
Fue construida por mandato de D. Enrique III de
Castilla, en época cristiana, pero es de un marcado estilo mudéjar.
La torre
estuvo unida a la muralla de la ciudad por un arco que aún se conserva. El
interior de la misma consta de una única sala octogonal. A pie de calle hay
unas escaleras para acceder a la sala y dentro de la misma, otras que acceden
al piso superior, donde se decía que había una maravillosa vista de la ciudad
de Córdoba.
Se trata de una torre albarrana que en su día sirvió de defensa de la Puerta del Rincón y
del Colodro. Una vez que la función defensiva dejó de tener importancia, fue
usada como prisión para nobles. Más adelante, en el siglo XVIII, el sabio
cordobés Gonzalo Antonio Serrano, utilizaba la torre como base de sus
observaciones astronómicas.
La
Torre se ubica en la zona centro de Córdoba, junto a la Plaza de Colón, y
colindando con la escuela de Relaciones Laborales.
Dice
la leyenda que hubo un caballero,
ascendiente de los marqueses de Villaseca, casado con una bella dama. Ésta, con
un corazón dedicado a los más pobres, salía de casa cada tarde para ayudar y
prestar su colaboración en labores humanitarias en la ciudad, ofreciendo comida
y ropas a las gentes más desfavorecidas de la sociedad. Este hecho se lo
ocultaba a su marido, pues no veía bien que personas de alta cuna se codearan
con la clase baja. El marido, sospechando de estas salidas continuadas de su
esposa, fue presa de los celos, creyendo que su amada salía cada día para
encontrarse con un amante y un día la mató culpándola de adulterio. Más tarde
descubrió la realidad, y, sintiéndose avergonzado por tal acto contra una mujer
de corazón tan noble, pidió perdón al rey, el cual le mandó construir una
torre, cuyo nombre sería la Malmuerta (mal muerta).
37.- El Cristo de los Faroles.
Todas las noches a las doce en punto, sonaban
unos pasos firmes y rítmicos por la cuesta del Bailío.
Hacia muy pocos años que se había colocado en la plaza de Capuchinos el Cristo de los Faroles.
El personaje de esta historia aparecía cada noche embozado en su capa por la calle alfaros, subía por el Bailío y llegaba ante el Cristo y allí, tieso como un soldado rezaba algo que nadie oía, y se marchaba.
Corrieron por la ciudad mil historias de misterio y fantasía. Una de ellas contaba que este hombre era Carvajal, miembro de una conocida familia cordobesa, que había desaparecido en oscuras circunstancias (había muerto, había sido ajusticiado), etc. La verdad es que desde hacía años no residía en la ciudad, por eso los curiosos lo espiaban cada noche y comentasen si sería un espíritu, un aparecido, o un alma en pena que venía a pedir la paz a su alma atormentada al Cristo.
Dicen que cuando salía de la plaza, desaparecía. Nadie pudo nunca verle la cara, ni seguir sus pasos.
Pero un día Carvajal, cuando hizo su visita quiso despedirse de la comunidad que guardaba el Cristo, y les dijo:
Hacia muy pocos años que se había colocado en la plaza de Capuchinos el Cristo de los Faroles.
El personaje de esta historia aparecía cada noche embozado en su capa por la calle alfaros, subía por el Bailío y llegaba ante el Cristo y allí, tieso como un soldado rezaba algo que nadie oía, y se marchaba.
Corrieron por la ciudad mil historias de misterio y fantasía. Una de ellas contaba que este hombre era Carvajal, miembro de una conocida familia cordobesa, que había desaparecido en oscuras circunstancias (había muerto, había sido ajusticiado), etc. La verdad es que desde hacía años no residía en la ciudad, por eso los curiosos lo espiaban cada noche y comentasen si sería un espíritu, un aparecido, o un alma en pena que venía a pedir la paz a su alma atormentada al Cristo.
Dicen que cuando salía de la plaza, desaparecía. Nadie pudo nunca verle la cara, ni seguir sus pasos.
Pero un día Carvajal, cuando hizo su visita quiso despedirse de la comunidad que guardaba el Cristo, y les dijo:
-Tengo destino en Cuba, en los ejércitos del
Rey, y he venido a cumplir una promesa que hice al Cristo apenas fue colocado
aquí. Volvía a casa a altas horas de la noche, cuando fui asaltado violentamente
por dos encapuchados. Hui de ellos pero volví a caer en sus manos, me defendí
con todas mis fuerzas y tanto fue el ardor de la pelea que rodamos por el suelo,
brillaron las armas y brotó la sangre..... Y de pronto, sin darme cuenta, me
encontré solo y asustado junto a la Cruz del Cristo. Le di las gracias por
haberme salvado de los bandidos, y prometí visitarlo cada noche que estuviese
en Córdoba a la misma hora que me salvó de aquellos asesinos. Y así lo he hecho
todos los días que he permanecido de permiso en la ciudad, hasta mañana, que
partiré de nuevo a Cuba"
Así que ni era espíritu ni fantasma, solo cumplía una promesa
Así que ni era espíritu ni fantasma, solo cumplía una promesa
38.- Los almendros de Medina Azahara.
Terminaremos esta recopilación con una de las leyendas más populares de Córdoba,
que tiene como ubicación el palacio destruido de Medina Azahara. Fue construido por Abderramán III para su
favorita Azahara, cuyo nombre llevaría ("Ciudad de al-Zahra", la
"Ciudad de la Flor de Azahar").
Abderramán había traído a Azahara desde Granada. Pronto se convirtió en su
preferida y, para demostrarle el amor que sentía por ella, ordenó la
construcción de una ciudad palatina. Para ello contrató a los mejores
arquitectos y artesanos, compró los materiales más preciados, maderas,
mármoles, azulejos; mandó construir hermosos jardines con flores y plantas
traídas desde todos los rincones del mundo, los pobló con hermosos pájaros y
mandó que en ellos creciesen árboles de exóticos frutos. Telas y muebles,
comprados a los mercaderes más prestigiosos adornaban las estancias de la
favorita Azahara.
Sin embargo Abderramán la sorprendía a menudo llorando y sus constantes
regalos no conseguían su sonrisa. Le preguntó el motivo de su tristeza y qué
debía hacer para contentarla, a lo que Azahara respondió que a su tristeza el
califa no podría ponerle remedio pues lloraba por no poder contemplar la nieve
de Sierra Nevada. Él le respondió: “Yo haré que nieve para ti en Córdoba”.
Inmediatamente mandó talar un bosque situado frente a la medina y
replantarlo de almendros muy juntos unos de otros y cada primavera, cuando los
almendros abrían su flor blanca, la nieve aparecía en Córdoba sólo para su
amada Azahara, que no volvió a llorar.
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